domingo, 2 de octubre de 2022

Spooky Writober 1: No dañe las plantas


El jardín “Magia de la vida” del matrimonio Jackson era una de las atracciones turísticas más renombradas de todo el pueblo de Faustu`s Choice.

Un informe había reportado que, aproximadamente, un 60% del turismo que recibía el pueblo de apenas 400 habitantes se debía justamente a turistas de todos lados del país decidiendo que sus vacaciones pequeñas o exuberantes merecían una parada para revisar la sinceramente impresionante colección de plantas que el viejo matrimonio poseía.

Cuando uno visitaba el lugar, a primera vista podía parecer que lo más destacable del lugar era simplemente el remarcable tamaño de la propiedad. Una vez uno atravesaba las puertas de la diversamente premiada atracción, lo primero que podía notarse era los muchos kilómetros por los que la impresionantemente diversa colección de plantas se extendía. El ojo observador o, mejor expresado, la mente aguda, podría darse rápidamente cuenta de que, de alguna forma, esta extensión no era la misma que podía notarse desde afuera, sino que, una vez en su interior, el camino parecía añadirse y generarse artificialmente conforme uno iba avanzando.

No obstante, tras pasar un tiempo allí, y con una intensidad que variaba dependiendo de lo perspicaz que fuera cada visitante, el mayor y más sutil atractivo del jardín se dejaba notar y se revelaba como si fuera una juguetona hada que invitara a los visitantes a jugar. Nadie parecía saber explicarlo, pero todos estaban de acuerdo: Las plantas del jardín estaban peculiarmente vivas. Si uno preguntaba, nadie habría podido saber si esto se debía a un brillo especial en las hojas de cada espécimen expuesto o si tan solo se refería a un encanto especial encontrado en el indescifrable patrón en el que cada una estaba plantada, pero todo, desde el montón más común de pasto hasta el arbusto más finamente podado, parecía derramar una vida peculiar que nunca nadie había visto en ningún otro ramo de lavandas.

Las reglas para acceder al jardín “Magia de la vida” era simples y extremadamente sencillas de seguir.

Primero que nada, todos los visitantes eran libres de tomar cuantas fotografía y videos desearan. Podían introducirse alimentos y bebidas al complejo, todos eran libres de salir en el momento que desearan y, sobre todo y lo más importante, era completamente libre de cargo.

Por supuesto, una vez uno salía del jardín, la tienda de regalos disponible en el local aledaño, también propiedad del matrimonio Jackson, presentaba a cada turista una sonrisa hecha de puertas abiertas como un imponente oasis hecho de madera con un hermoso letrero que, adicionalmente de anunciar su propósito, expresaba con claridad su verdadero mensaje: “Compren todo lo que deseen”.

En el interior del local, podía encontrarse una variedad de artículos, mayormente relacionados a la jardinería, que iban desde bolsas de semillas hasta unos extrañamente populares muñecos tejidos representando pequeñas personas – planta de aspecto fantástico como zanahorias con sonrientes rostros o mandrágoras que aprovechaban sus ya humanas apariencias para crear una amalgama perfecta que atraía a la mayoría de los niños y vaciaba la mayoría de los bolsillos.

Sin embargo, todas estas peculiaridades se encontraban encapsuladas en una sola prohibición que hacía de ojos vigilantes para todos los visitantes que deseaban pasar unas horas entre la bella naturaleza. Una norma tan simple que era imposible de incumplir por accidente y tan sencillamente expuesta que era inaudito siquiera pensar que podía malentenderse de ningún modo.

Expuesto en un letrero clavado en el arco de madera que marcaba la entrada al recinto, descansaba con una apariencia constantemente renovada la advertencia: NO DAÑE LAS PLANTAS. CUALQUIER INFRACCIÓN TENDRÁ CONSECUENCIAS.

Era una advertencia bastante sencilla. Bastante mundana, incluso esperable. Una buena parte de los ingresos por turismo de Faustu’s Choice provenía del jardín y su atractivo, obviamente, descansaba en el perfecto y pulcro estado en que estaban las plantas de su interior. Cualquier daño a estas significaba un enorme riesgo turístico y económico que nadie quería siquiera pensar en permitirse.

Era por esto que, en todos los 30 años que los Jackson llevaban exhibiendo su hermoso jardín al público, nadie nunca había roto la norma.

Era curioso en verdad. Uno esperaría que, en un acto de rebeldía, varios rostros conocidos por el pueblo a lo largo de la historia se hubieran encontrado responsables de al menos una pequeña infracción. Una hoja arrancada. Una flor cortada. Un arbusto pisoteado.

Pero en realidad, esto nunca había sucedido o, al menos, nadie era capaz de decir sin ser culpables de cometer falacia, que conocieran a alguien que alguna vez hubiera sido víctima de las consecuencias mencionadas por el letrero pintado en grandes letras rojas a la entrada de la atracción.

Para William, sin embargo, esto nunca tuvo mucho sentido.

Durante sus 16 años de vida, siempre había encontrado absurda la fascinación que todos parecían compartir por el dichoso jardín. Las plantas nunca habían sido lo suyo y, las pocas veces que se había acercado en un acto de curiosidad a las instalaciones, solo había visto gente de diversas edades idiotizadas por un honestamente aburrido recorrido rodeado de hierbajos en el que nadie duraba más de una hora antes de salir con una estúpida sonrisa en su rostro (William sospechaba que nacidas de la educación) para comprar semillas y muñecos feos.

No entendía como era que un simple jardín podía reunir filas que duraban horas, llenos de personas esperando su oportunidad para entrar en el lugar, cautivos de una emoción que solo podía adjudicar al hecho de encontrar una agradable atracción sin costo en un viaje en carretera que se habría alargado suficiente para que nadie lo disfrutara.

Y aún así, William siempre había tenido presente lo amenazante eficaz que era la advertencia del lugar. Al igual que el resto, nunca había sido testigo o escuchado de nadie que hubiera roto la simple regla. No entendía por qué. El lugar era suficientemente grande para no poderse vigilar desde afuera por completo y era imposible que los Jackson pudieran detectar con el menor grado de precisión ningún daño causado a las plantas. No había forma en que nadie hubiera nunca dañado ninguna planta y, sin embargo, los Jackson jamás habían dado señales de encontrar nada extraño en ellas en sus revisiones diarias más allá de los periódicos anuncios de nuevas adiciones.

Otros detalles que Will no soportaba. Cada cierta cantidad de meses, los Jackson avisaban que habían añadido a su colección un nuevo espécimen de planta que nadie nunca los veía traer o cargar. Will sospechaba que era un simple truco publicitario para atraer turistas cada cierto tiempo cuando sentían que el negocio sufriría dificultades. Era todo demasiado extraño.

Ese 3 de agosto, William estaba decidido. Tomó antes de salir de casa una cámara, un bate de beisbol y un mechero y salió a la escuela. Al terminar sus clases, informó a Tommy, su mejor amigo, que no se le uniría para su tradicional torneo casero de Mortal Kombat de cada viernes. A pesar de las quejas que recibió del muchacho, William no admitió la razón y se excuso con un inventado castigo que había recibido de sus padres gracias a su última obra de arte en la pared de la biblioteca, realizada tras decidir que el morado fosforescente seguramente resaltaría los ojos amarillos neón de la estatua de león del exterior.

Habiéndose librado con esta ridícula excusa de cualquier otra obligación, William pudo concentrarse en su verdadero interés del día.

Mientras caminaba por el terroso camino que se dirigía a la propiedad de los Jackson, repasó su plan cuidadosamente creado en la eternidad de 3 días. Entraría normalmente al jardín, actuando como un estudiante desesperado por una buena nota en su tarea de biología, entraría lo más profundo posible dentro del jardín, fotografiando todo en su camino para tener una correcta documentación de todo cuanto viera y, cuando estuviera en un punto muerto, destrozaría cuanta planta tuviera el infortunio de estar en su camino y esperaría pacientemente a que las universalmente temidas consecuencias llegaran. Era perfecto. Había estudiado todos los movimientos necesarios para lograr ejecutarlo a la perfección. Ni un detalle se le había escapado.

Fue por esto, obviamente, que al llegar se encontró sorprendido por no encontrar un alma en los alrededores de la propiedad.

La puerta de la tienda de regalos estaba abierta y en tan buen estado como el día anterior. Pero nadie estaba comprando en ella. La kilométrica fila para el acceso, siempre rebosante de gente, se encontraba solitaria y abandonada.

William casi pensó en retirarse. Tal vez, pensó, era demasiado temprano y los turistas no habían llegado aún. Pero esto no explicaba porqué todo lucía abierto. Aquí sucedía algo.

Lleno de un diferente tipo de motivación, William tomó con fuerza su cámara y se decidió a seguir con su plan.

Sus pasos pisaron el pasto fresco con la seguridad que solo puede inspirar el más profundo temor y, en menos de lo que pudo arrepentirse, estaba dentro del jardín por completo.

Ante sus ojos, apenas levantó la vista, notó como, aparentemente, miles y miles de kilómetros se extendían ante él, presentándose como un tesoro inexplorado o una cueva en esas películas de aventureros que su papá veía a veces.

Era como si existiera un imperceptible corte entre la ruralidad del resto del pueblo y una sobrenatural naturaleza creada por el jardín que, como William pudo notar, te animaba inmediatamente a adentrarte más una vez lo habías visto.

William tomó con ambas manos su cámara y se decidió a caminar. Sus pasos cada vez más seguros mientras que sus ojos observaban cada esquina. Era como si esperara ser atacado en cualquier momento por algún extraño animal salvaje desconocido por la humanidad. Pero esto nunca pasó. Solo encontró una bellísima exposición botánica que se presentaba como recién adornada para él.

Mientras sus pasos lo introducían más y más, su mirada se encontraba con matas de lavanda tan profundas que era imposible saber de qué raíz provenían cuales flores. Arbustos de ruda que se movían con un imperceptible y casi exclusivo viento que mantenía su aroma en una presencia constante y notoria. Matorrales de rosas tan rojas que William recordó aquellas pintadas por Alicia junto a un grupo de cartas parlantes. Hibiscos brillantes y hermosos. Girasoles tan altos como el que giraban simultáneamente al sol. Todo lucía tan vibrante y vivo, como si fuera a girarse para hablar con él. Como si el tenue silbido del viento se tratara en realidad de dulces murmullos provenientes de las flores que lo rodeaban.

William no sabía cuánto había caminado cuando se encontró a sí mismo mirando con curiosidad un arbusto que había encontrado. Su combinación de forma y color no parecían corresponder a nada y esto lo intrigaba. Fue tras un par de minutos que notó que se encontraba admirando un arbusto de lavanda. Pero no cualquier tipo de lavanda. Sino que sus flores, extensas y numerosas, se alzaban vanidosas demostrando un hermoso color azul celeste. Como recién pintadas. William no podía creer lo que miraba y fue rápido a tomar una fotografía. Caminó otro tramo y descubrió maravillado un grupo de margaritas con pétalos tan verdes como el pasto en que estaban plantadas. Luego vio rosas tan amarillas como los girasoles de hacía unos pasos y girasoles tan púrpuras como las uvas que crecían en las vides que se exhibían a unos pasos más allá. Miles y miles de flores se extendían a su alrededor, con colores salidos de una pintura surrealista o un viaje especialmente fuerte de algún alucinógeno y tan vivos como si fueran una acuarela nueva y generosamente aplicada.

William olvidó momentáneamente la existencia de su cámara y, soltándola, corrió como un niño, buscando descubrir todo lo posible las maravillas que encontraría en aquel jardín.

Corrió a través de fruteros enanos, arbustos del tamaño de árboles y flores con colores cada vez más imposibles hasta que llegó a una sección que lo fascinó.

Ante su mirada, una serie de arbustos verdes como la primavera se extendía, podados representando obras célebres del arte de la escultura. Estaban el Libre pensador, y las estatuas romanas de personajes tan celebres. Arbustos que presentaban a Julio César, a Cleopatra, a Miguel Ángel, todos con un nivel de detalle imposible para haber sido creados a base de hojas y ramas.

Poco a poco, sin embargo, las figuras comenzaron a volverse más y más extrañas.

Grupos de personas en poses bizarras. Mirando sus manos con asombro, intentando alcanzar algo en los cielos, abrazados entre sí…

Tras explorar, William se encontró un arbusto especialmente feo.

En todo su espléndido realismo, la estatua representaba a un hombre vistiendo una representación de una cazadora y jeans, las hojas mostrando incluso su barba cerrada, su rostro en medio de un terriblemente realista grito de terror mientras sus manos se aproximaban una a su rostro, detenida a mitad de camino a la altura de su cuello, la otra extendida lejos de él, como intentando con desesperación alcanzar algo. Se veía como asfixiándose.

Tal vez fuera el realismo del ser que tenía delante o tal vez el terror que le inspiró la forma en que habían elegido presentarlo, pero ver a este hombre de hojas despertó algo en la mente de William y, de pronto, recordó su misión.

Con disgusto en su rostro, abrió su mochila, sacando de esta su mechero. El viento comenzó a soplar con más intensidad al sacar el objeto y comenzó a volverse tan agresivo que casi logró derribar sobre su espalda al chico mientras encendía la flama, acercándola al rostro de hojas del hombre.

No pasó mucho antes de que el fuego atrapara las primeras hojas y ramas del hombre. Poco a poco, el olor a hojas quemadas comenzó a hacerse presente mientras el infernal calor consumía el cuerpo del hombre arbusto. El viento aulló con fuerza, atravesando las ramas de la siniestra representación como si el fuego de verdad quemara a aquella persona capturada en la imagen del arbusto.

A William le faltaba el aire. El humo comenzaba a levantarse mientras las llamas consumían a la horrible figura, con el viento soplando entre su pecho como un alma en el río de fuego del infierno de Dante. Sus oídos zumbaron mientras presenciaba la escena. Mientras miraba al hombre quemarse hasta las cenizas. Casi podía jurar que veía las ramas agitarse con desesperación, intentando alcanzarlo, intentando apagarse, intentando huir del tortuoso destino al que le había condenado mientras el viento hacía de voz, simulando un grito agónico de un ser que sabe que va a morir. El humo se volvió más negro y pronto el viento se volvió imposible de combatir. William se tiró de rodillas al suelo, cubriendo sus oídos con sus manos para salvarse de los terribles alaridos que sus oídos interpretaban de escuchar los aullidos del poderoso vendaval que se había visto liberado por sus acciones.

Y de pronto, todo terminó. El humo se apagó tan rápido como había empezado y el infernal fuego se ahogó con él, mostrando solo ramas chamuscadas detrás.

Por un segundo, hasta el viento paró. Todo sonido se detuvo y las plantas dejaron de moverse.

Will, miró a su alrededor, agitado como si hubiera presenciado ante sus propios ojos la ejecución de un verdadero ser humano. Como si hubiera rociado en gasolina a un hombre y le hubiera prendido fuego.

Y de pronto, el viento comenzó de nuevo su murmullo. Pero esta vez no fue suave y tenue como antes. El aire pacífico del lugar era historia, aparentando ahora susurros acusadores y condenadores provenientes de la vida que rodeaba su asesinato.

Un vendaval sopló y se detuvo, metiendo una basura en el ojo de William. Intentó rascarse, pero sintió un ardor en su ojo en cuanto su dedo lo tocó. Temiendo tener una astilla, reviso su mano. Su terror se volvió inmediato al notar su dedo pulgar reemplazado por una rama de la misma longitud que rápidamente infectaba el resto de su mano y se cubría de pequeñas hojas

El sobresalto que sintió su corazón lo hizo extrañarse de no encontrarse corriendo en ese momento, pero notó que no podía. Sus rodillas se encontraban sordas a las ordenes de su cerebro y pronto pudo sentir el bulto que estas creaban bajo su pantalón, como si tuviera una gruesa capa de lana debajo de ellos. En un nuevo intento por correr, cayó en su lugar al piso boca abajo, comenzando dolorosamente a arrastrase, intentando encontrar su mochila.

Poco a poco, la tarea se dificultó al sentir sus ojos llenarse de lagrimas y su garganta llenarse de un material afilado y con la textura de la madera. Intentó toser, pero solo lograba jadear por aire. Podía sentir cómo se ahogaba mientras el viento a su alrededor, inútil a su respiración, se volvía un susurro de miles de voces en sus oídos. ASESINO. NO DAÑE LA PLANTAS. ASESINO.

Intentó abrir su camisa con las ramas que ahora eran sus manos, pero encontró debajo más ramas con hojas verdes frescas saliendo disparadas de donde debía estar su abdomen y su estómago.

ASESINO

Intentó gritar, pero solo pudo ahogarse aún más.

ASESINO

Mientras la piel de su rostro comenzaba a abrirse dolorosamente, convirtiéndose en las picas ramas de un arbusto, William pudo ver a la señora Jackson caminando hacia él con una sonrisa en su rostro.

ASESINO

Miles de pequeñas astillas abrieron sus ojos y después, todo se volvió negro.

 

Cuando las puertas del jardín se abrieron la próxima semana, “Magia de la vida” presentaba una nueva adquisición. Tommy y la agradable pareja a la que a veces visitaba fueron a ver la nueva exhibición. Si bien todos pensaban que era un poco siniestra, la nueva presentación era impresionante.

En el suelo de la exhibición, un arbusto podado en la forma de un chico de aproximadamente 16 años sujetaba con fuerza su pecho cubierto con una camisa abierta mientras miraba hacia enfrente con sorpresa en sus ojos hechos de diminutas hojas. Delante suyo, clavada en la tierra con un poste de acero, se encontraba un letrero pintado en letras rojas

NO DAÑE LAS PLANTAS. CUALQUIER INFRACCIÓN TENDRÁ CONSECUENCIAS

 

Spooky Writober día 1: Jardín embrujado.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Spooky Writober 4: Pumpkin Patch Express

  Déjame en paz. Por favor déjame en paz Sus pasos resonaban acelerados por las solitarias calles de la ciudad. A esta hora, l...