¡Vengan! ¡Acérquense a observar! ¡No se lo pueden
perder! ¡El circo de las luciérnagas abre sus puertas una vez más! ¡Sólo esta
semana! ¡No se lo pueden perder!
El aire se llenó con los anuncios a través de todo el
pueblo, acompañados constantemente por ese bucle musical que sonaba tan
agradable cuando hacía de compañero con los diversos actos de un payaso
haciendo malabares o animales de globos, pero que tan rápido envejecía al
escucharse 5 veces al día, musicalizando los anuncios hechos por aquel maestro
de ceremonias mientras sostenía su megáfono a través de las calles del pequeño
pueblo.
En realidad, el hombre probablemente no habría
necesitado ningún tipo de ayuda para ser notado mientras se movía entre los
mares de gente que iba y venía, cargando pesadas bolsas al volver del mercado o
intentando llegar a este con cierta prisa. Utilizaba pantalones a rayas negras
y blancas que se perdían en sus botas negras, adornadas con pequeños triángulos
amarillos en el borde superior. Su camisa blanca era protegida por su chaleco
de un amarillo brillante, casi metálico, que brillaba con el sol de la mañana
mientras más se acercaba el mediodía. Finalmente, y cubriendo todo, una casaca
de un rojo apagado cerraba su estereotípico vestuario, completado con los
guantes blancos que sostenían el megáfono y una corbata de moño con un pin de luciérnaga
que atraía los ojos de todos aquellos que se topaban con él hacia su cuello.
Hacia él.
Otro motivo por el que el hombre no necesitaba el
anunciarse tan escandalosamente era debido a que, en realidad, eran pocas las
personas del pueblo que no tenían ya planeado asistir al mencionado circo. La
carpa se había montado hacía un par de días y poco más se hablaba desde entonces.
Con esto en mente, uno podría llegar a pensar, en su
mayoría erróneamente, que era este un lugar aburrido con tan pocos eventos en
general que llamaran la atención del público que hacía de un simple circo una noticia
de estatus casi nacional, pero la verdad es que no era así. A pesar de su poca
cantidad de atractivos turísticos, su cercanía a la ciudad los había ayudado a
comenzar su industrialización y a aparecer en el mapa lo suficiente para
comenzar a considerarse más parte de los suburbios que un pueblo independiente.
En realidad, lo asombroso en estos casos se trataba de
la naturaleza del espectáculo.
El circo de las luciérnagas era un circo más que
conocido por casi todo el país. Desde su fundación en la década de los 50, se
había establecido como uno de los nombres más reconocibles en el mundo del
entretenimiento circense por razones que podían dividirse en dos motivos:
La primera era que, debido a su popularidad más
ventajosa, era ciertamente complicado encontrar entre los más mayores de la
localidad alguna persona que no tuviera al menos un recuerdo atesorado en su
memoria que mantuviera alguna relación con el nombre del circo, habiendo sido durante
al menos 12 años parte de las infancias y los otoños de casi toda la población
mayor del pueblo.
Luego, estaba el segundo y más popular motivo que era
la causa principal de conseguirle al espectáculo esa tan ansiada emoción por
parte de los jóvenes que apenas se acercaban a la adultez, suficientemente inmaduros
para considerar los entretenimientos más infantiles como algo poco digno de su
condición.
Si bien había sido fundado en 1952, El circo de las luciérnagas
tan solo había sido una constante en las vidas de su publico hasta 1970 después
de que, mientras se encontraban realizando su acostumbrada gira alrededor del
país, el show sufriera lo que las noticias de la época habían descrito como una
serie de desafortunados eventos que habían culminado con el fallecimiento de
casi todo el plantel de artistas y una buena parte de los miembros de la audiencia.
La tragedia había sacudido al país y había sumido al Circo
de las luciérnagas en una crisis económica y de reputación tan grande que
habían tenido que mantenerse fuera del foco público por casi 50 años, solo apareciendo
en la memoria colectiva en la forma de recuerdos de sus primeros días o
menciones llorosas de aquellas vidas que se habían perdido en el incidente.
Pero ahora, el circo estaba de vuelta, y la visión de
la carpa en la plaza de carnavales conjuraba sentimiento tan mixtos y
contradictorios en todos aquellos suficientemente mayores para saber hasta
cierto punto lo que había sucedido, que era obvio que para la noche de ese mismo
día, cuando se anunciaba la gran función que haría de reinauguración, no quedaba
un solo asiento libre y la taquilla se encontraba cerrada desde antes del
inicio del espectáculo debido a una inminente falta de boletos para la presentación
de ese día.
El clima era fresco y otoñal y los olores propios de
este tipo de eventos llenaban el aire con su orgullosa presencia que parecía
recordar a todos aquellos aventurados que se encontraban entrando en un territorio
nuevo, desconocido, lejos de las convenciones de sus vidas diarias que poco
debían importarles mientras estuvieran en el reino del lugar.
Adicionalmente de su evidente reconstrucción, lo
primero que se hizo notar a los visitantes de aquel día fue la expansión que la
marca había adoptado.
Contrario a lo esperado, el recinto ferial no solo
exhibía la carpa titular, con sus colores amarillos, naranjas y verdes que
anunciaban la presencia de la atracción resucitada que todos habían acudido a
presenciar. Por el contrario, a través de todo el recinto, una suerte de feria
daba la bienvenida a todos los visitantes, siendo la fuente de los olores
anfitriones de la noche y la mayoría de los colores y de la música que
asaltaban los sentidos apenas uno cruzaba la puerta adornada con pequeñas luces
navideñas de un tono amarillo.
En el recinto podían encontrarse todo tipo de
interesantes atracciones. Puestos oscuros que prometían la lectura de tu
fortuna a manos de adivinos con nombre anticuadamente pomposos. Juegos
dirigidos por sonrientes hombres vestidos a rayas con sus bastones de caña que
prometían experiencias honestas mientras señalaban hermosos peluches que no habían
tenido que reemplazarse en años. Puestos de algodones de azúcar que añadían aún
más diversidad a la paleta de color exhibida en el momento.
Niños, adolescentes y adultos, todos independientemente
de su edad se encontraban cautivados por una eufórica fascinación mientras que
las familias se dispersaban en grupos, ansiosos de perderse en las emociones
del momento y mostrar con su dinero la gratitud que sus corazones sentían hacia
los organizadores de tan maravilloso evento.
Cercano a cada puesto se encontraban artistas
circenses de todo tipo. Un musculoso hombre con piel castaña exhibía sus
habilidades formando figuras con un par de bastones que iluminaban sus alrededores
en aros de fuego causados por las encendidas puntas de ambas varas. Una hermosa
chica con ojos verdes y abundante cabello rizado hacía de tragafuegos mientras
se paseaba por el establecimiento, haciendo uso de su actoral flexibilidad para
hacer movimientos imposibles, arqueándose y extendiendo sus brazos hacia los
asombrados miembros del ambulante público.
Un hombre con prominentes músculos cargaba pesas de
aspecto ridículamente grande ante la vista asombrada de todos al leer la
etiqueta de cada peso, leyendo las medidas de un niño pequeño en cada una.
Un par de caballeros subidos en zancos, exhibiendo maquillajes
que los hacían ver relucientemente pálidos y caminaban encorvados como gigantes
ofrecían muestras gratis de comida y dulces a todos aquellos que se encontraban.
De pronto, como si de un fantasma se tratase, el ya
más que conocido maestro de ceremonias se apareció en el centro más visible del
lugar, sonriendo con teatralidad mientras saludaba a aquellos que ya lo habían
visto y se acercaban, preguntándose qué pretendía anunciar en esta ocasión.
Un detalle que valía la pena remarcar sobre el hombre
era el fascinante trabajo de caracterización que había realizado. Ante una inspección
cercana y rigurosa, notaron los adultos más mayores del lugar, uno podría haber
comparado lado a lado cualquier fotografía de Albert Mondat, el conocido
maestro de ceremonias que había llevado a su original gloria al circo hasta
trágicamente perder la vida en el incendio de 1970, y le habría sido imposible
encontrar la más mínima diferencia entre ambos. Al inicio esto les pareció de
distintivo mal gusto a los miembros más conservadores de la audiencia, pero,
conforme más lo pensaban, más parecía un conmovedor homenaje no solo al hombre
en sí mismo, sino también al circo en sí.
Y es que no solo este maestro era idéntico a su
antecesor. Algo que todos los que podían presumir de haber atendido a los espectáculos
de antaño ofrecidos por el lugar habían notado casi de inmediato, era que,
salvo por los nuevos establecimientos dispuestos alrededor de la carpa, la apariencia
del lugar era idéntica a lo que sus memorias podían conjurar sobre sus primeras
visitas. Cualquiera habría pensado que alguien, haciendo uso de maravillosos o
terribles poderes, había tomado con sus manos alguna imagen inmortalizando la
antigua gloria del lugar y lo había expulsado de la tinta y el papel para
colocarlo nuevamente en su correspondiente lugar. Ni un solo color, ni siquiera
los artistas ambulantes parecían haber cambiado en lo absoluto y el paso de
estos 50 años parecía haberse olvidado de recordarle a nada ni nadie del lugar
que el viaje por el tiempo era algo que todos debíamos compartir.
Mientras todas estas ideas se agolpaban en la mente de
los espectadores, la voz ronca y jovial del hombre enfrente de ellos se dejó
escuchar, soltando en su tono la aparentemente universal malicia que adoptan
todos los directores de espectáculos, sabiéndose poseedores de un poder
absoluto sobre las mentes de su público
"¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas del público!
¡El circo de las luciérnagas les agradece a todos ustedes su asistencia en esta
hermosa noche! ¡No es más que un orgullo y un honor presentarnos una vez más
ante ustedes, listos para asombrarlos y cautivarlos con todo lo que tenemos
preparado! ¡Por favor, sean bienvenidos dentro de la carpa y dejen esta ser su
primera llamada para el espectáculo! ¡Gracias por su atención!”
El anuncio pareció capturar la atención y alegría de
todos los visitantes que, como hipnotizados, dejaron todo aquello que estaban
haciendo, los juegos de tiro al blanco, los aplausos a los artistas ambulantes,
los coloridos algodones de azúcar. Todo fue olvidado como si nunca hubiera
existido casi de inmediato. Como si lo único existente en todo el recinto fuera
aquella carpa amarilla, naranja y verde a la que toda la animada multitud se
dirigía.
Apenas las puertas de la carpa comenzaron a ser
atravesadas, los olores cambiaron casi inmediatamente, como si el exterior
hubiera desaparecido para dejar paso a la realidad que era la carpa del circo.
El espectáculo que estaban a punto de presenciar. Todos los asientos
comenzaron, uno a uno, a llenarse, siguiendo ese caótico orden que es tan
característico de la expectativa.
“Segunda llamada, querido público, el espectáculo está
por comenzar, por favor apaguen sus dispositivos y manténganse en sus asientos”
La emoción, ya de por sí palpable en el ambiente,
alcanzo un nuevo pico en el momento del anuncio y todos los presentes comenzaron,
como respondiendo a una imperativa orden, a comenzar a sacar sus teléfonos para
apagarlos como se les había pedido, comenzando a tomar de las palomitas de sus
vecinos y a conversar emocionados entre sí.
Desde los asientos que rodeaban la pista del circo, la
vista era ciertamente mágica. La arena circular cubierta de arena se exhibía
sin vergüenza, conociendo de sobra su estatus como la atracción principal. Los ya
de por sí llamativos colores de la carpa caían como una cascada o un paracaídas
alrededor de todos los presentes e invitaban a olvidar todo cuanto les
preocupara, cubriendo el interior con una misteriosa pero inmersiva tiniebla
solo cortada, en el caso de la pista, por un par de reflectores lo
suficientemente grandes para iluminar por completo el espacio y, en el caso de
los asientos, por una peculiaridad a tono con el nombre del circo. De varias de
las vallas que sostenían la carpa, colgaban suspendidos en el aire una serie de
tarros de vidrio que contenían pequeños grupos de 6 o 7 luciérnagas en su
interior, volando incansablemente y aportando una escaza iluminación al sostenerse
en posición gracias a cuerdas que sujetaban cada tarro por la tapa para encontrar
su soporte en las vallas metálicas del circo. Los asientos no eran exactamente
el último grito en comodidad, pero cumplían con su objetivo con limitada
eficiencia, ocultando sus carencias expertamente en la emoción en la que se
encontraba sumergido su público.
Finalmente, tras el paso de tal vez 3 o 5 minutos, el maestro
de ceremonias apareció nuevamente en escena, siendo seguido por los reflectores
que acortaron el radio de su iluminación y enfocaron exclusivamente al hombre,
creando un sobrenatural silencio de parte de todos casi inmediatamente.
“Querido público. Es un placer presentarnos aquí ante
ustedes finalmente tras tantos años” su voz era como un sonoro trueno. Nadie podía
decir que hubiera levantado la voz, pero su sonido claramente penetraba los
corazones de todos los presentes “50 largos años han pasado desde nuestra
última presentación y nos sentimos tan vivos como si no hubiera pasado un día.
Queremos agradecer por este espectáculo a nuestro generoso donador y
patrocinador que ha hecho posible este evento”- Todos estallaron en un aplauso,
esperando que el misterioso benefactor se levantara o apareciera en escena, todo
mientras el maestro de ceremonias mantenía su sonrisa, como congelado en el tiempo,
sin cambiar su expresión o incluso su postura por toda la duración del aplauso.
Cuando se volvió evidente que el mencionado donador no se presentaría para la vista
de los demás, el estallido se detuvo y el maestro continuó con su discurso como
si no hubiera sucedido nada y no se hubiera pausado en su lugar por un minuto
entero.
“Esperamos de todo corazón que disfruten este
espectáculo como si fuera el primero y el último. Sin más que decir, damas y
caballeros, ¡El circo de las luciérnagas!”
Su exclamación fue seguida de una salida que dejó a
todos con la boca abierta. El hombre sacó de su bolsillo lo que parecía ser un
cuchillo de algún tipo, haciendo el ademán de un profundo corte en la palma de
su mano. La gente miró con expectativa, asustados y listos para ver la sangre
brotar. Sin embargo, la incertidumbre se convirtió en aplausos cuando, en vez
de rojo líquido, de la mano del hombre brotaron aparentemente cientos de
pequeñas monedas doradas que, tras un ademán que realizó, pasando la mano sobre
su cabeza, lo cubrieron a él y a su escape, no dejando más que las monedas como
rastro y evidencia de que alguna vez había estado allí.
Y con esto, el espectáculo comenzó. Y vaya
espectáculo.
El show comenzó con uno de los bastoneros que había
actuado afuera de la carpa, presentando figuras creadas con el fuego de sus bastones
al ritmo de la música de tambor generada por los dos tamborileros que lo acompañaban.
Creó círculos, triángulos, figuras que muchos de la audiencia jamás habían
visto en sus vidas. Su actuación se volvía más complicada, generando más de una
figura con el rastro llameante de los bastones a la vez, apareciendo y
desvaneciéndose en el aire. El publico veía asombrado mientras un segundo bastonero
se unía al espectáculo, comenzando un acto conjunto que duró en total unos 3
minutos en los que el público no pudo nunca apartar la vista de ellos, culminando
con el par tragando el fuego de cada extremo del bastón y creando una X al
escupirlo en dirección del otro. El público seguía aplaudiendo cuando la próxima
actuación se hizo presente.
El segundo acto, si cabe, había levantado un diferente
tipo de emoción en todos los presentes, llenando el lugar de nuevos aplausos
llenos de tipo distinto de nostalgia. Nadie que hubiera estado vivo en 1970 hubiera
sido jamás capaz de olvidar los innumerables letreros e incansable publicidad
que el circo había realizado sobre su nuevo y reluciente show de motocicletas.
Era un acto que había comenzado a ponerse de moda el año en que el trágico incendio
había ocurrido y todos se preguntaban cuál sería la propuesta del Circo de las luciérnagas
para adaptarlo a su reducido pero acogedor espacio. La respuesta, por supuesto,
se exhibía ante ellos en este momento. Delante suyo, dos plataformas de madera
pintadas de un reluciente rojo se colocaron a cada extremo de la pista mientras
que un intrépido motociclista vestido al estilo steampunk con colores verdes y
cafés se presentó con su motocicleta, saludando teatralmente al público que lo
recibió con entusiasmo.
El acto era relativamente simple, pero la gracia y
facilidad con la que el motociclista parecía realizarlo mantenía hipnotizados a
los presentes. La motocicleta había arrancado a lo que daba la ilusión de ser
toda velocidad, corriendo hacia una de las plataformas, pasando sobre ella, elevándose
hacia arriba una respetable cantidad de centímetros, girando sobre sí misma y
cayendo nuevamente para repetir el acto del lado contrario. Conforme el acto fue
progresando, los actos fueron aumentando en temeridad, conduciendo en reversa,
haciendo más de un giro en el aire o cayendo en reversa y girando mientras se
aproximaba a la siguiente plataforma. Cada salto de la motocicleta hacía cimbrar
la instalación y los pequeños tarros que servían de iluminación vibraban levemente
en sus cuerdas. El aplauso que el hombre recibió fue aturdidor y la alegría
podía notarse en su rostro mientras se despedía y daba paso al siguiente acto.
Se trataba, en este caso, de uno de los malabaristas
que había actuado afuera de la carpa, efectuando un impresionante acto de
malabarismo al ritmo de la música del par de tambores que lo acompañaban. Comenzó
con 2 pelotas, luego con 4, luego con 7. Malabareaba sin dudar un segundo de
sus movimientos, presentándose intenso y concentrado. Las pelotas pasaban por
debajo de sus piernas, por atrás de su cabeza, él giraba sobre sí mismo. La
gente estaba maravillada. Pronto, con un gesto, el hombre anunció que era momento
de aumentar la intensidad, llamando a otro artista que hacia de su asistente
que le llevo un set de 7 dagas idénticas. Con esta nueva adición, el hombre
comenzó a repetir sus anteriores movimientos, trabajando solo con las
empuñaduras de los objetos que brillaban con los reflectores. Esto, sin embargo,
no fue permanente. Todo iba de acuerdo a lo debido cuando, en un giro
especialmente largo, el cuchillo que el hombre había lanzado cayó mirando hacia
el piso sin que este pareciera notarlo. Su mano se cerró alrededor de la filosa
hoja del arma y el público profirió una exclamación de impacto al comprobar gotas
carmesíes brotando de su mano mientras que él, aparentemente sin notarlo,
seguía con el acto como si nada. Las dagas restantes pronto se tintaron de su
sangre mientras el acto concluía, con el incidente repitiéndose en dos
ocasiones más, aparentemente empeorando la condición del corte, pero no
inmutando al actor en lo más mínimo. Finalizó su acto y, ante los confundidos
aplausos del público, se alejó como si nada.
El ambiente, hasta el momento lleno de alegría y
entusiasmo, se había vuelto pesado, cargado de la preocupación y admiración de todos
los presentes, preguntándose si el incidente que acababan de presenciar significaría
algún tipo de cancelación para el resto del espectáculo. Sin embargo, las luces
no se encendieron. Las puertas no se abrieron y un par de payasos se presentó
con una rutina cómica que falló en robarle la fuerte impresión con la que se
habían quedado los espectadores.
Para el final de la rutina, sin embargo, el mal
sentimiento parecía haberse disipado, convirtiendo lo que había sido un
malestar general en una extendida admiración por el profesionalismo del intérprete.
Lo siguiente fue algo que muchos podrían haber llamado
un acto de transición. Un grupo de tamborileros se presentó frente al público
para presentar un ritmo fuerte y potente, generando fuertes vibraciones que sacudían
levemente los asientos de los espectadores. El sonido penetraba el corazón y
los ojos y oído de todos los presentes se encontraban cautivados por los
hombres que se pasaban las baquetas y hasta los tambores mientras tocaban.
Nadie podría haber notado, incluso si hubiera querido, como las leves
vibraciones que cruzaban cada parte de la carpa aflojaban poco a poco la tapa mal
colocada de uno de los tarros ni podría haber visto como este caía al piso
cercano al borde la pista, rompiéndose en grandes trozos de vidrio que
liberaron a los insectos aprisionados a manera de lámparas que comenzaron a
revolotear por el lugar.
La actuación terminó y pronto todo el lugar se dispuso
a lo que sería el acto principal. Un hombre vestido en un anticuado pero
brillante leotardo se dispuso a subir a la plataforma del trapecio, sosteniendo
uno de los trapecios con sus manos mientras saludaba al público. Los tambores
de acompañamientos comenzaron a sonar mientras el hombre se balanceaba sobre
las alturas. Se soltaba de un trapecio y se sostenía del siguiente. Se
balanceaba, giraba en el aire, se sostenía con una mano, cambiaba de mano a
mitad de balanceo. Se sostenía con las piernas y se balanceaba de cabeza. El
público veía con una expectante tensión los movimientos del hombre que parecía
burlarse de la gravedad.
Cuando algo impactante nos obliga a ser testigos de su
veracidad, siempre pensamos que aquello que causará mayor impacto será la
visión. Que ver algo terrible será el detonador de nuestro futuro trauma. Pero
cuando el público vio como el hombre se giraba tan solo un instante, distraído por
una luciérnaga que había chocado con su nariz, perdiendo el agarre del trapecio
por meros segundos, nadie reaccionó. Ni sus mentes corrieron al desastre
mientras lo vieron caer desde tal altura, intentando en vano sostenerse de un
agarre invisible. Sin embargo, cuando su cuerpo golpeó el piso cubierto de
arena, habiendo girado hacia atrás durante la caída, el sonido de su cuello y
columna vertebral partiéndose como un tubo de luz, permitiendo a sus piernas golpear
su espalda y sus pies tocar el piso alrededor de su cabeza sí penetró en la
mente de todos los presentes que, reaccionando hasta ese momento, se levantaron
aterrados de sus asientos, cubriendo los ojos a su hijos y apurándose a salir
con tal de dejar de ver la terrible escena, dirigiéndose a las salidas de emergencia,
bloqueando sus propios pasos.
El hechizo estaba roto y los demás artistas de la
troupé reaccionaron como si de una obra de teatro macabra se tratase,
respondiendo a la señal de sus respectivos papeles. El motociclista corrió
hacia las salidas de emergencia, siendo bloqueado por el mar de gente que
intentaba salir.
El hombre fuerte que estaba esperando su actuación
después de su compañero se apresuró a correr en su inútil auxilio, no notando
los vidrios rotos dejados por el tarro al caer, pisándolos con pies desnudos
que completaban su disfraz de Tarzán. La sangre comenzó a brotar de su pie mientras,
impulsado por el dolor, intentó sostenerse de la cuerda que sostenía otro tarro
mientras caíaante la súbita pérdida de fuerza de su pierna. El resultado
terminó por ser una sacudida demasiado fuerte para la pobre valla que se movió,
cortándose además la cuerda que sujetaba el tarro, produciendo que, tras su caída,
el hombre golpeara la vaya con fuerza, produciendo con el impacto suficiente fuerza
para que el reflector que esta sostenía, provocándole quedar suspendido gracias
al cable que comenzó a generar chispas al verse violentamente rasgado de su
posición y privando al lugar de la iluminación de dicho foco.
En medio de la oscuridad, los miembros del circo corrieron
a desatar los frascos que contenía las luciérnagas, dificultados por la falta
de visión que tenían.
El público, aterrado por la visión, se había apresurado
a salir de sus asientos, incluso pasando por encima de vecinos más desafortunados
que había tropezado en la confusión o no habían alcanzado levantarse. Bloqueados
por la poca iluminación, chocaron los unos con los otros y sacudieron todavía
más la viga donde colgaba el de por sí dañado cable del reflecto, el cual se
balanceó con pesadez hasta soltarse, terminando de rasgar ambos extremos del
cable que lo sostenían y aplastando al hombre fuerte y uno de los visitantes
que intentaba rebasar al resto. Más chispas saltaron mientras ambos cables, liberados
de la tensión, dieron un leve giro al desenredarse, tocando la punta de la
carpa que comenzó a prenderse en pequeñas llamas que se extendieron por el resto
de la carpa.
El pánico se hizo presente en su más pura forma al presenciar
la carpa en que se encontraban ardiendo en llamas y la urgencia por abrir las
puertas aumentó, así como la dificultad por todo el movimiento.
Un miembro de la audiencia escaló los asientos,
intentando romper la tela de la carpa sin ningún éxito más allá de atraer otro
cuantos con la misma idea que comenzaron a amontonarse en su dirección para
intentar romperla.
El fuego consumía a una velocidad inverosímil la tela
de la que se alimentaba, cubriendo el lugar con humo y la terrible luz roja del
fuego.
En medio del caos, el maestro de ceremonias se colocó en
el centro de la pista, hablando hacia la multitud aterrada por lo sucedido
“Damas y caballeros. Espero hayan disfrutado de nuestro
espectáculo. Esperamos que este sea el primero de muchos tras nuestro
renacimiento. Esperamos también que nuestro benefactor haya disfrutado el show
y se encuentre satisfecho con nosotros. Será un placer siempre para nosotros
actuar para ustedes.” El segundo reflecto cayó detrás suyo mientras se quitaba
su sombrero de copa, saludando hacia la desesperada audiencia. Su voz presentando
una calma y una actitud que harían a cualquiera pensar que nada de lo sucedido era
real a sus ojos.
“Que este nuevo comienzo sea el inicio de un glorioso
renacer del Circo de las luciérnagas. Les agradecemos su presencia y les
deseamos, muy buenas noches”
Mientras la despedida continuaba, el hombre, como convencido
por una fuerza invisible, retrocedió hacia las llamas que comenzaban a tomar el
piso de madera del lugar, permitiéndoles tomar su casaca y luego a él mismo. Su
risa mientras abría sus brazos se vio interrumpida cuando la primera llama tocó
su carne. Y así mirando su circo tomado por las llamas, se arrodilló, sabiéndose
ganador del favor de sus nuevos inversores. Miró las llamas apoderarse de todo.
Y gritó.
TRAGEDIA HISTÓRICA. TRAS 50 AÑOS DEL GRAN INCENDIO DEL
CIRCO DE LAS LUCIÉRNAGAS, LA HISTORIA SE REPITE EN SU REAPERTURA. AL MENOS 15
MUERTOS Y 20 HERIDOS SIN CONTAR A LOS MIEMBROS DEL CIRCO QUE PARECEN HABER
DESAPARECIDO
Alber Mondat cerró el periódico. Una sonrisa llena de
ironía se dibujó en su rostro mientras se ponía su casaca roja y tomaba su megáfono
para comenzar a caminar por las concurridas calles del pueblo
¡Vengan! ¡Acérquense a observar! ¡No se lo pueden
perder! ¡El circo de las luciérnagas abre sus puertas una vez más! ¡Sólo esta
semana! ¡No se lo pueden perder!
El evento era maravilloso
y casi increíble. A pesar de las locuras que decía el periódico de esa mañana. El
gran día había llegado. El circo de las luciérnagas, tras 50 años de
inactividad, por fin reabría sus puertas.
Spooky Writober Día 2. Cursed Carnival