martes, 4 de octubre de 2022

Spooky Writober 4: Pumpkin Patch Express

 

Déjame en paz. Por favor déjame en paz

Sus pasos resonaban acelerados por las solitarias calles de la ciudad. A esta hora, la mayoría de las calles y avenidas estaban repletas de gente, pero esta noche ninguno de los sitios a los que Adam había acudido para refugiarse parecía contener más de 2 o 3 personas que cambiaban de rumbo antes de que pudiera pedirles auxilio

Aaaaaaadaaaaaam Baaaaarcleeeeeey”

La voz ronca y pesada de lo que sea que fuera esa cosa le sirvió de aviso para saber que, una vez más, no se encontraba seguro. Aceleró el paso, entrando en una desviación que conocía. Por lo general solía evitarla debido a que se encontraba mayormente oscura y los ladrones y pandilleros de la zona aprovechaban esto, pero un asaltante era la menor de las preocupaciones de Adam en este momento

Aaaaaaadaaaaaam Baaaaarcleeeeeey”

Podía escucharlo detrás suyo, sus miembros moviéndose irregularmente, dejando un extraño sonido sordo a su paso mientras corría, a veces en dos piernas, con las 4 extremidades extendidas hacia afuera y encorvado como un mono y a veces a cuatro patas, como si una imitación de un gorila lo persiguiera sin descanso.

Aaaaaaadaaaaaam”

 ¿Cómo sabía su nombre? ¿Cómo diablos sabía su nombre? Adam corría atravesando el oscuro callejón, agradeciendo por primera vez su suerte al no encontrar a nadie aquí tampoco, girando a la derecha para intentar alejarse lo más posible de eso. La zona trasera de la calle daba paso libre para el chico. Solo necesitaba llegar a casa. Una vez ahí, no podría encontrarlo

¡Aaaaaaadaaaaaam!

Su voz se volvía cada vez más agresiva. Sus tallos usados a modo de piernas persiguiéndolo con torpeza, pero sin verse desalentado por los constantes choques que parecía sufrir a cada giro. El ruido de su pesado cuerpo chocando con un auto aparcado y las ventanas del mismo volviéndose añicos le explicaron al joven su situación. Esa cosa estaba cada vez más cerca.

¡Aaaaaaadaaaaaam Baaaaarcleeeeeey!

Uno de los tallos, verdes y gruesos, pareció extenderse, explicando el súbito aumento de velocidad de su propietario y golpeó la pared cercana a Adam, lo suficientemente cerca para que pudiera verlo por el rabillo del ojo mientras corría. La pared se vio dañada, sus ladrillos sin pintar soltando polvo al crearse una abolladura a causa del golpe. Un segundo tallo golpeó el pavimento de la calle a su izquierda, dejando también un bache mientras su perseguidor emitía un alarido animal que se acercaba detrás suyo. Había utilizado sus tallos para impulsarse hacia Adam.

El joven podía ver su casa delante suyo. No sería capaz de perderlo, pero tal vez podría refugiarse.

Con otro alarido, Adam pudo sentir el impacto causado por la criatura fallando su embestida y abriendo dos boquetes en la acera justo detrás de él. El aliento del monstruo era cálido, como si tuviera una vela encendida en su boca.

¡Aaaaaaadaaaaaam!

Su propio nombre resonó en sus oídos. El aire caliente quemando su nuca

Un segundo impacto golpeó la pared cercana y pudo ver al ser que lo atormentaba impulsarse hacia esta. Usando sus tallos para perforar la pared de ladrillos con una imposible velocidad, el ser humanoide corría como adherido a la pared, moviendo sus extremidades y creando adicionales si le hacían falta mientras imitaba el movimiento de una terrible araña del tamaño de un humano alto. Sus brillantes ojos amarillos y la fogosa luz proveniente de su boca proyectaron una pequeña sombra del joven mientras se aventuraba a cruzar la calle, dirigiéndose esperanzado a la puerta de su casa.

No obstante, sus movimientos no fueron suficientemente rápidos esta vez para evitar los intentos del monstruo que se abalanzó con un gruñido parecido al de uno de esos velociraptores de Jurassic Park, cayendo pesadamente sobre el muchacho, cayendo al piso y rodando por este.

Adam intentó desesperadamente levantarse, pero uno de los tallos creados por el monstruo le bloquearon el paso. Intentó nuevamente en otra dirección, pero otros dos se clavaron en el piso, creando una verde y orgánica serie de barrotes que lo hicieron desistir.

Aaaaaaadaaaaaam Baaaaarcleeeeeey”

Con el miedo nublándole la vista, Adam se giró para enfrentar a su perseguidor, aún retrocediendo mientras se arrastraba sentado en el duro piso de la calle.

Frente a él, un ser humanoide parecido a un espantapájaros retraía las extremidades extra que había creado para detenerlo. Sus piernas y brazos creadas de verdes troncos. Sus dedos eran afiladas raíces al final de cada una de sus extremidades de forma circular como garras mecánicas. Hojas grandes cubrían su cuerpo alto y delgado y hacían una especie de cuello al rededor de la base de lo que era su cabeza. Una enorme calabaza de un naranja casi fosforescente tallada como una Jack O' Lantern con una luz similar a la de una vela en su interior, creando una parpadeante luz detrás de sus ojos triangulares y la llama logrando adivinarse detrás de su nariz que presentaba la misma forma.

Caminó erguido, mirando hacia abajo al chico que respiraba aceleradamente

“Aaaaaaadaaaaaam Baaaaarcleeeeeey”

Sabiendo que era el fin, Adam cerró los ojos, resignado a su final a manos de esa terrible cosa.

Entreeeeegaaa eesssspeciaaaaaal”

Adam abrió los ojos dudoso y confundido. Delante de sí, el monstruo que llevaba casi una hora persiguiéndolo le presentaba, sostenida por nuevas extremidades fuera de proporción aparecidas de la espalda del ser, una caja de cartón de tamaño mediano con etiquetas de un servicio de paquetería que rezaba: “PUMPKIN PATCH EXPRESS”

Adam tomó la caja con manos temblorosas, haciendo al monstruo asentir con una sonrisa. Unas cuantas hojas cayeron de su sitio y, en su torso, se talló el nombre Adam Barcley a modo de firma. Acto seguido, el Jack O’ Lantern vivo, se giró sobre sí mismo, alejándose corriendo como un simio, profiriendo pequeños gruñidos y exclamando “MIIIIICHAEEEEL RIIIIILLIAN”

El joven observó a la bestia, intentando procesar lo que acababa de suceder. De pronto, una realización asaltó su mente. Él no había pedido.

La caja se sacudió en sus manos y, cuando giró a mirarla, un pequeño animal, parecido a un murciélago con dedos en las patas que debían ser sus alas, profirió un grito, asomando sus dientes por la caja abierta antes de saltar hacia él.

Spooky Writober día 4. Entrega de calabaza.

Spooky Writober 3: Una adorable cita


Eran las 8:04 pm cuando el potente chorro del agua caliente se detuvo, dejando detrás de sí una niebla creada por el vapor. Michael salió de la ducha, secándose y enredando su toalla alrededor de su cintura, suspirando relajado tras dejar sus preocupaciones detrás, llevadas a terrenos desconocidos y subterráneos por el agua que había dejado caer sobre su cuerpo. 

Acomodó su cabello con su mano y unas cuantas gotas de agua aún atrapadas entre sus rizos se quedaron adheridas a su mano, contribuyendo a la humedad de su piel canela. La misma mano recorrió su poblada barba y elegante bigote, sonriendo ante la forma que adivinaba con el tacto.

Tomó un envase de crema facial y aplicó un poco en su rostro, extendiéndola delicadamente con ambas manos, así como un poco de aceite para su vello facial. Cepilló sus dientes, no molestándose en mirarse en el espejo y leyendo algunas de las etiquetas de sus productos de baño por mero ocio mientras la pasta dental pasaba por sus muelas, sus dientes frontales y, con especial cuidado, en sus afilados colmillos. Una vez hubo enjuagado su boca, sonrió satisfecho, escupiendo un último buche de enjuague bucal y salió del baño, sosteniendo el nudo de la toalla con su mano izquierda mientras se dirigía a su cuarto.

Una vez allí, procedió a iniciar el meticuloso procedimiento de vestirse, buscando una por una las prendas que había decidido esa misma tarde que llevaría.

El atuendo de su elección constaba de un traje de color negro conformado por pantalón, chaleco y saco. El color lo compartía prácticamente todo el resto de la selección (calcetines, zapatos y camisa) completado por una contrastante corbata de color rojo y unos brillantes gemelos de plata que presentaban la forma de un par de murciélagos.

Michael se encontraba acomodando los pequeños detalles de su camisa y corbata, cuando su teléfono, descansando boca abaja en la mesa de noche de estilo moderno mientras cargaba, vibró dos veces, llamando su atención y sacándolo del trance libre de pensamientos en que se encontraba.

Revisó la notificación que acababa de caer, sonriendo con cómplice malicia

Brenda – 8:20 pm: Buenas noches! Todo listo. En cuanto debería esperarte?

Michael – 8:20 pm: No debería tardar mucho. Te veo en 20. Te tengo una sorpresa.

Brenda – 8:20 pm: Espero con ansias.

Michael bloqueó el dispositivo, guardándolo en el bolsillo derecho del pantalón. Se aseguró de llevar todo lo que necesitaba. Su teléfono, sus llaves, su billetera… Se arregló por ultima vez el peinado, mirándose por primera vez en toda la noche en el espejo. Nadie le devolvió la mirada, por supuesto, mirando en el cristal reflejante una perfecta réplica del cuarto en que se encontraba, como si estuviera vacío.

El hombre profirió una risa, dejando al aire un par de afilados colmillos que alcanzaban con sus puntas a raspar sus dientes inferiores.

Repasó mentalmente si no tenía ningún pendiente, caminando a través de su casa de 2 pisos con estilo modernista, asegurándose que su estufa estuviera apagada y sus ventanas cerradas, un pequeño hábito de tiempos pasados, y se encaminó a hogar de su cita de la noche.

Eran aproximadamente las 8:45 pm (5 minutos tarde) cuando Michael se presentó en la puerta de la casa de Brenda. La mujer llevaba un hermoso vestido rojo que resaltaba su cabello café oscuro. Sus uñas y labios estaban pintados de la misma forma, además de llevar el pelo suelto y peinado en leves ondas. Sus zapatos igualmente rojos o eran de un tacón muy pequeño o eran bajos y en su mano llevaba un sencillo pero bonito bolso que era claramente más una decoración que un accesorio nacido de la necesidad.

Saludó con alegría a Michael, quien rápidamente le ofreció su brazo, el cual ella aceptó encantada.

Sus ojos se dispararon directamente al cuello de la muchacha, el cual lucía un sencillo pero elegante collar en la forma de una cadena dorada que, con su brillo, hacia aún más llamativa la ya de por sí clara y llamativa piel de la joven.

“Me alegra que hayamos podido finalmente realizar esta salida. Llevabas tanto tiempo cancelando una y otra vez que temí por un momento que ya no estuvieras interesado” Le dijo ella con un tono bromista, expresando con su voz una clara falta de seriedad sobre sus acusaciones, así como el deseo de que se le siguiera el juego

“Por supuesto que no querida, si eso fuera, te prometo que te lo dejaría saber en seguida”

Su respuesta le ganó un leve golpe en el antebrazo con el bolso y una risa de parte de su acompañante a la que rápidamente se unió con sincero júbilo.

Ambos presentaban una preciosa imagen, caminando sostenidos del brazo por las calles nocturnas de la ciudad, altamente iluminadas por los focos de lámparas, focos de negocios y los constantemente aleatorios faros pertenecientes a diversos automóviles que pasaban a la derecha de la pareja.

“Entonces, Michael” dijo ella tras una pausa que ambos habían disfrutado, solamente teniendo la compañía del otro y los ruidos de la silenciosa noche urbana para entretenerse, sintiendo que estos últimos sobraban pero servían como un buen escenario. Un marco conveniente para lo verdaderamente importante “¿Porqué no me cuentas un poco sobre lo que me tienes guardado para hoy?”

El chico sonrió carismáticamente, con una de esas sonrisas que le habían ganado hacía tiempo las atenciones que deseaba de todos aquellos a los que se proponía fascinar de cualquier forma. Sonrió así para la chica, mirándola por unos instantes. El color que había elegido para arreglarse esa noche resultaba inadvertidamente conveniente y presentaba una solución inmediata a varios problemas que el hombre había podido pensar sobre la empresa de esa noche.

“Ya te lo he dicho, querida. Es una sorpresa que te tengo preparada.”

“Vamos, sabes que te mueres de ganas por darme una pista y yo me muero de ganas por saber”

La elección de palabras provocó en el hombre el no poder resistir una risa que escapó sin permiso de entre sus labios

“No me atrevería a arruinarte algo que preparé tan bien, corazón, pero sí puedo decirte, solo para satisfacer las ansias de ambos, que está relacionado a nuestra cena de esta noche”

El rostro de la chica se iluminó con alegría e incertidumbre y su compañero se regocijó al notar como el desconocimiento de la mujer se mantenía al respecto de la situación. Era mejor así. Si ella no sospechaba nada, tendría menos problemas y todo podría salir de acuerdo con lo previsto.

Tardaron unos cuantos minutos en llegar al parque. En el camino habían estado riendo, bromeando y simplemente conversando amenamente, pero, al llegar aproximadamente a un par de cuadras antes de llegar a su destino, Brenda pudo notar que su acompañante se había sumido en un estado meditativo, como considerando pesadamente en algo. No podía imaginarse qué podía ser. Estaban todavía a unos minutos del lugar donde solían ir a comer y no recordaba haber mencionado ningún tema que alguno de los dos considerara sensible. El silencio no era incómodo, pero sí tenso y el ambiente que comenzaba a rodearlos, menos iluminado por la mayor falta de lámparas y la lejanía del parque del resto de la ciudad comenzaba a darle tonos siniestros a toda la escena.

Brenda no preguntó nada, pero se sumió en el mismo estado meditativo que su pareja, pensando, en su caso, qué era lo que podía haber turbado tan de repente a su cita como para haber cortado momentáneamente casi toda comunicación con ella con la excepción de algunas respuestas cortas ante sus comentarios para darle a entender que no la ignoraba.

“Me gustaría que diéramos un paseo en el parque antes de cenar” Anunció súbitamente el hombre, mirándola nerviosamente, pero intentando disimular con una sonrisa. Brenda asintió con la cabeza, sintiéndose un poco más relajada. Lo más probable era que fuera referente a la sorpresa que había mencionado. Michael siempre se ponía nervioso cuando se encontraba en la necesidad de ocultar algo. Así era como había descubierto sus ocupaciones cuando se habían conocido, después de todo.

Con esto en mente, la mujer apretó el brazo del contrario con tono tranquilizador, dirigiéndole una mirada que intentaba comunicarle que, fuera lo que fuera, estaría bien.

Por debajo de sus labios cerrados, Michael relamió sus colmillos con expectativa, dirigiendo a su pareja a través del parque, intentando recordar el camino al lugar que había elegido en las noches anteriores. Recordó lo complicado que le había sido encontrar tal lugar. Un lugar perfecto en el parque completamente oscurecido por la pobre colocación del alumbrado público, abandonado por todos menos aquellos que no buscaban ser vistos o reconocidos. Un lugar donde nada llamaría la atención hasta ser demasiado tarde. En especial una joven pareja acercándose.

Los giros que ambos daban se volvían cada vez más confusos y el de por sí extenso parque daba la impresión, engullido en las sombras de la noche, de repetirse incansablemente por kilómetros. Brenda encontraba la situación cada vez más misteriosa y su corazón latía con expectativa, por así decirlo. Se preguntaba qué la esperaría al final del recorrido, creando y descartando con rapidez miles de opciones que su mente era capaz de crear.

Finalmente, llegaron al punto marcado. Una pequeña colina natural que tenía una sola banca por lo general vacía, pero, en estos momentos, ocupada por otra pareja un poco más joven que ellos dos. Un pequeño contratiempo inesperado, supuso Brenda.

Estaban todavía a una distancia razonable de la segunda pareja cuando Michael, calculando todo mientras pensaba, decidió que era momento. Se aseguró de estar unos pasos detrás de Brenda mientras ella seguía subiendo. Se quitó el saco para que no le estorbara y se ajustó la camisa.

“Aquí es, cariño.” Anunció en voz baja. Sus afilados colmillos habiendo perdido su disfraz y mostrándose dentro de su boca tal cual eran mientras crecían poco a poco. “¡Sorpresa!” Michael sujetó súbitamente los hombros de Brenda, aprovechando la sorpresa para clavar sus colmillos en el cuello de la mujer sin darle tiempo a reaccionar más allá de proferir un grito.

El hombre, con los colmillos aún penetrando el cuello de Brenda, rompiendo piel y músculo, sonrió, comenzando a reírse levemente antes de interrumpir la mordida, dejando dos marcas circulares pequeñas en la piel que acababa de atacar. Brenda rió igualmente, golpeando suavemente a su pareja en el brazo mientras giraba a verlo

“Me asustaste, Michael”

“Tenía que cumplir con la sorpresa” Respondió él aún sin esconder los colmillos “Además, aún falta la segunda parte”

“¿Están bien?” Preguntó la voz de un muchacho de un muchacho delgado, vestido con jeans y una hoodie morada sujetando la mano de una chica un poco mayor que él con rizos rubios y ropa deportiva. Ambos miraban a la pareja con cierta preocupación “Escuchamos gritos y queríamos ver que estuvieran bien”

Brenda miró a Michael, con ojos muy abiertos, inquisitivamente. Michael asintió con la cabeza y señaló hacia adelante

“Si, si, gracias, tan solo fue una pequeña broma. No pasó nada” Respondió Brenda, girando la cabeza con una sonrisa que mostraba un par de afilados colmillos, haciendo retroceder con asombro al par de jóvenes

“Feliz aniversario, corazón” Dijo Michael, mostrando sus propios colmillos antes de, con un bufido parecido al de un gato, ambos se lanzaran, dispuestos a cenar.

 

Spooky Writober día 3. Mordida de medianoche. 

lunes, 3 de octubre de 2022

Spooky Writober 2: El circulo de las luciernagas


¡Vengan! ¡Acérquense a observar! ¡No se lo pueden perder! ¡El circo de las luciérnagas abre sus puertas una vez más! ¡Sólo esta semana! ¡No se lo pueden perder!

El aire se llenó con los anuncios a través de todo el pueblo, acompañados constantemente por ese bucle musical que sonaba tan agradable cuando hacía de compañero con los diversos actos de un payaso haciendo malabares o animales de globos, pero que tan rápido envejecía al escucharse 5 veces al día, musicalizando los anuncios hechos por aquel maestro de ceremonias mientras sostenía su megáfono a través de las calles del pequeño pueblo.

En realidad, el hombre probablemente no habría necesitado ningún tipo de ayuda para ser notado mientras se movía entre los mares de gente que iba y venía, cargando pesadas bolsas al volver del mercado o intentando llegar a este con cierta prisa. Utilizaba pantalones a rayas negras y blancas que se perdían en sus botas negras, adornadas con pequeños triángulos amarillos en el borde superior. Su camisa blanca era protegida por su chaleco de un amarillo brillante, casi metálico, que brillaba con el sol de la mañana mientras más se acercaba el mediodía. Finalmente, y cubriendo todo, una casaca de un rojo apagado cerraba su estereotípico vestuario, completado con los guantes blancos que sostenían el megáfono y una corbata de moño con un pin de luciérnaga que atraía los ojos de todos aquellos que se topaban con él hacia su cuello. Hacia él.

Otro motivo por el que el hombre no necesitaba el anunciarse tan escandalosamente era debido a que, en realidad, eran pocas las personas del pueblo que no tenían ya planeado asistir al mencionado circo. La carpa se había montado hacía un par de días y poco más se hablaba desde entonces.

Con esto en mente, uno podría llegar a pensar, en su mayoría erróneamente, que era este un lugar aburrido con tan pocos eventos en general que llamaran la atención del público que hacía de un simple circo una noticia de estatus casi nacional, pero la verdad es que no era así. A pesar de su poca cantidad de atractivos turísticos, su cercanía a la ciudad los había ayudado a comenzar su industrialización y a aparecer en el mapa lo suficiente para comenzar a considerarse más parte de los suburbios que un pueblo independiente.

En realidad, lo asombroso en estos casos se trataba de la naturaleza del espectáculo.

El circo de las luciérnagas era un circo más que conocido por casi todo el país. Desde su fundación en la década de los 50, se había establecido como uno de los nombres más reconocibles en el mundo del entretenimiento circense por razones que podían dividirse en dos motivos:

La primera era que, debido a su popularidad más ventajosa, era ciertamente complicado encontrar entre los más mayores de la localidad alguna persona que no tuviera al menos un recuerdo atesorado en su memoria que mantuviera alguna relación con el nombre del circo, habiendo sido durante al menos 12 años parte de las infancias y los otoños de casi toda la población mayor del pueblo.

Luego, estaba el segundo y más popular motivo que era la causa principal de conseguirle al espectáculo esa tan ansiada emoción por parte de los jóvenes que apenas se acercaban a la adultez, suficientemente inmaduros para considerar los entretenimientos más infantiles como algo poco digno de su condición.

Si bien había sido fundado en 1952, El circo de las luciérnagas tan solo había sido una constante en las vidas de su publico hasta 1970 después de que, mientras se encontraban realizando su acostumbrada gira alrededor del país, el show sufriera lo que las noticias de la época habían descrito como una serie de desafortunados eventos que habían culminado con el fallecimiento de casi todo el plantel de artistas y una buena parte de los miembros de la audiencia.

La tragedia había sacudido al país y había sumido al Circo de las luciérnagas en una crisis económica y de reputación tan grande que habían tenido que mantenerse fuera del foco público por casi 50 años, solo apareciendo en la memoria colectiva en la forma de recuerdos de sus primeros días o menciones llorosas de aquellas vidas que se habían perdido en el incidente.

Pero ahora, el circo estaba de vuelta, y la visión de la carpa en la plaza de carnavales conjuraba sentimiento tan mixtos y contradictorios en todos aquellos suficientemente mayores para saber hasta cierto punto lo que había sucedido, que era obvio que para la noche de ese mismo día, cuando se anunciaba la gran función que haría de reinauguración, no quedaba un solo asiento libre y la taquilla se encontraba cerrada desde antes del inicio del espectáculo debido a una inminente falta de boletos para la presentación de ese día.

El clima era fresco y otoñal y los olores propios de este tipo de eventos llenaban el aire con su orgullosa presencia que parecía recordar a todos aquellos aventurados que se encontraban entrando en un territorio nuevo, desconocido, lejos de las convenciones de sus vidas diarias que poco debían importarles mientras estuvieran en el reino del lugar.

Adicionalmente de su evidente reconstrucción, lo primero que se hizo notar a los visitantes de aquel día fue la expansión que la marca había adoptado.

Contrario a lo esperado, el recinto ferial no solo exhibía la carpa titular, con sus colores amarillos, naranjas y verdes que anunciaban la presencia de la atracción resucitada que todos habían acudido a presenciar. Por el contrario, a través de todo el recinto, una suerte de feria daba la bienvenida a todos los visitantes, siendo la fuente de los olores anfitriones de la noche y la mayoría de los colores y de la música que asaltaban los sentidos apenas uno cruzaba la puerta adornada con pequeñas luces navideñas de un tono amarillo.

En el recinto podían encontrarse todo tipo de interesantes atracciones. Puestos oscuros que prometían la lectura de tu fortuna a manos de adivinos con nombre anticuadamente pomposos. Juegos dirigidos por sonrientes hombres vestidos a rayas con sus bastones de caña que prometían experiencias honestas mientras señalaban hermosos peluches que no habían tenido que reemplazarse en años. Puestos de algodones de azúcar que añadían aún más diversidad a la paleta de color exhibida en el momento.

Niños, adolescentes y adultos, todos independientemente de su edad se encontraban cautivados por una eufórica fascinación mientras que las familias se dispersaban en grupos, ansiosos de perderse en las emociones del momento y mostrar con su dinero la gratitud que sus corazones sentían hacia los organizadores de tan maravilloso evento.

Cercano a cada puesto se encontraban artistas circenses de todo tipo. Un musculoso hombre con piel castaña exhibía sus habilidades formando figuras con un par de bastones que iluminaban sus alrededores en aros de fuego causados por las encendidas puntas de ambas varas. Una hermosa chica con ojos verdes y abundante cabello rizado hacía de tragafuegos mientras se paseaba por el establecimiento, haciendo uso de su actoral flexibilidad para hacer movimientos imposibles, arqueándose y extendiendo sus brazos hacia los asombrados miembros del ambulante público.

Un hombre con prominentes músculos cargaba pesas de aspecto ridículamente grande ante la vista asombrada de todos al leer la etiqueta de cada peso, leyendo las medidas de un niño pequeño en cada una.

Un par de caballeros subidos en zancos, exhibiendo maquillajes que los hacían ver relucientemente pálidos y caminaban encorvados como gigantes ofrecían muestras gratis de comida y dulces a todos aquellos que se encontraban.

De pronto, como si de un fantasma se tratase, el ya más que conocido maestro de ceremonias se apareció en el centro más visible del lugar, sonriendo con teatralidad mientras saludaba a aquellos que ya lo habían visto y se acercaban, preguntándose qué pretendía anunciar en esta ocasión.

Un detalle que valía la pena remarcar sobre el hombre era el fascinante trabajo de caracterización que había realizado. Ante una inspección cercana y rigurosa, notaron los adultos más mayores del lugar, uno podría haber comparado lado a lado cualquier fotografía de Albert Mondat, el conocido maestro de ceremonias que había llevado a su original gloria al circo hasta trágicamente perder la vida en el incendio de 1970, y le habría sido imposible encontrar la más mínima diferencia entre ambos. Al inicio esto les pareció de distintivo mal gusto a los miembros más conservadores de la audiencia, pero, conforme más lo pensaban, más parecía un conmovedor homenaje no solo al hombre en sí mismo, sino también al circo en sí.

Y es que no solo este maestro era idéntico a su antecesor. Algo que todos los que podían presumir de haber atendido a los espectáculos de antaño ofrecidos por el lugar habían notado casi de inmediato, era que, salvo por los nuevos establecimientos dispuestos alrededor de la carpa, la apariencia del lugar era idéntica a lo que sus memorias podían conjurar sobre sus primeras visitas. Cualquiera habría pensado que alguien, haciendo uso de maravillosos o terribles poderes, había tomado con sus manos alguna imagen inmortalizando la antigua gloria del lugar y lo había expulsado de la tinta y el papel para colocarlo nuevamente en su correspondiente lugar. Ni un solo color, ni siquiera los artistas ambulantes parecían haber cambiado en lo absoluto y el paso de estos 50 años parecía haberse olvidado de recordarle a nada ni nadie del lugar que el viaje por el tiempo era algo que todos debíamos compartir.

Mientras todas estas ideas se agolpaban en la mente de los espectadores, la voz ronca y jovial del hombre enfrente de ellos se dejó escuchar, soltando en su tono la aparentemente universal malicia que adoptan todos los directores de espectáculos, sabiéndose poseedores de un poder absoluto sobre las mentes de su público

"¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas del público! ¡El circo de las luciérnagas les agradece a todos ustedes su asistencia en esta hermosa noche! ¡No es más que un orgullo y un honor presentarnos una vez más ante ustedes, listos para asombrarlos y cautivarlos con todo lo que tenemos preparado! ¡Por favor, sean bienvenidos dentro de la carpa y dejen esta ser su primera llamada para el espectáculo! ¡Gracias por su atención!”

El anuncio pareció capturar la atención y alegría de todos los visitantes que, como hipnotizados, dejaron todo aquello que estaban haciendo, los juegos de tiro al blanco, los aplausos a los artistas ambulantes, los coloridos algodones de azúcar. Todo fue olvidado como si nunca hubiera existido casi de inmediato. Como si lo único existente en todo el recinto fuera aquella carpa amarilla, naranja y verde a la que toda la animada multitud se dirigía.

Apenas las puertas de la carpa comenzaron a ser atravesadas, los olores cambiaron casi inmediatamente, como si el exterior hubiera desaparecido para dejar paso a la realidad que era la carpa del circo. El espectáculo que estaban a punto de presenciar. Todos los asientos comenzaron, uno a uno, a llenarse, siguiendo ese caótico orden que es tan característico de la expectativa.

“Segunda llamada, querido público, el espectáculo está por comenzar, por favor apaguen sus dispositivos y manténganse en sus asientos”

La emoción, ya de por sí palpable en el ambiente, alcanzo un nuevo pico en el momento del anuncio y todos los presentes comenzaron, como respondiendo a una imperativa orden, a comenzar a sacar sus teléfonos para apagarlos como se les había pedido, comenzando a tomar de las palomitas de sus vecinos y a conversar emocionados entre sí.

Desde los asientos que rodeaban la pista del circo, la vista era ciertamente mágica. La arena circular cubierta de arena se exhibía sin vergüenza, conociendo de sobra su estatus como la atracción principal. Los ya de por sí llamativos colores de la carpa caían como una cascada o un paracaídas alrededor de todos los presentes e invitaban a olvidar todo cuanto les preocupara, cubriendo el interior con una misteriosa pero inmersiva tiniebla solo cortada, en el caso de la pista, por un par de reflectores lo suficientemente grandes para iluminar por completo el espacio y, en el caso de los asientos, por una peculiaridad a tono con el nombre del circo. De varias de las vallas que sostenían la carpa, colgaban suspendidos en el aire una serie de tarros de vidrio que contenían pequeños grupos de 6 o 7 luciérnagas en su interior, volando incansablemente y aportando una escaza iluminación al sostenerse en posición gracias a cuerdas que sujetaban cada tarro por la tapa para encontrar su soporte en las vallas metálicas del circo. Los asientos no eran exactamente el último grito en comodidad, pero cumplían con su objetivo con limitada eficiencia, ocultando sus carencias expertamente en la emoción en la que se encontraba sumergido su público.

Finalmente, tras el paso de tal vez 3 o 5 minutos, el maestro de ceremonias apareció nuevamente en escena, siendo seguido por los reflectores que acortaron el radio de su iluminación y enfocaron exclusivamente al hombre, creando un sobrenatural silencio de parte de todos casi inmediatamente.

“Querido público. Es un placer presentarnos aquí ante ustedes finalmente tras tantos años” su voz era como un sonoro trueno. Nadie podía decir que hubiera levantado la voz, pero su sonido claramente penetraba los corazones de todos los presentes “50 largos años han pasado desde nuestra última presentación y nos sentimos tan vivos como si no hubiera pasado un día. Queremos agradecer por este espectáculo a nuestro generoso donador y patrocinador que ha hecho posible este evento”- Todos estallaron en un aplauso, esperando que el misterioso benefactor se levantara o apareciera en escena, todo mientras el maestro de ceremonias mantenía su sonrisa, como congelado en el tiempo, sin cambiar su expresión o incluso su postura por toda la duración del aplauso. Cuando se volvió evidente que el mencionado donador no se presentaría para la vista de los demás, el estallido se detuvo y el maestro continuó con su discurso como si no hubiera sucedido nada y no se hubiera pausado en su lugar por un minuto entero.

“Esperamos de todo corazón que disfruten este espectáculo como si fuera el primero y el último. Sin más que decir, damas y caballeros, ¡El circo de las luciérnagas!”

Su exclamación fue seguida de una salida que dejó a todos con la boca abierta. El hombre sacó de su bolsillo lo que parecía ser un cuchillo de algún tipo, haciendo el ademán de un profundo corte en la palma de su mano. La gente miró con expectativa, asustados y listos para ver la sangre brotar. Sin embargo, la incertidumbre se convirtió en aplausos cuando, en vez de rojo líquido, de la mano del hombre brotaron aparentemente cientos de pequeñas monedas doradas que, tras un ademán que realizó, pasando la mano sobre su cabeza, lo cubrieron a él y a su escape, no dejando más que las monedas como rastro y evidencia de que alguna vez había estado allí.

Y con esto, el espectáculo comenzó. Y vaya espectáculo.

El show comenzó con uno de los bastoneros que había actuado afuera de la carpa, presentando figuras creadas con el fuego de sus bastones al ritmo de la música de tambor generada por los dos tamborileros que lo acompañaban. Creó círculos, triángulos, figuras que muchos de la audiencia jamás habían visto en sus vidas. Su actuación se volvía más complicada, generando más de una figura con el rastro llameante de los bastones a la vez, apareciendo y desvaneciéndose en el aire. El publico veía asombrado mientras un segundo bastonero se unía al espectáculo, comenzando un acto conjunto que duró en total unos 3 minutos en los que el público no pudo nunca apartar la vista de ellos, culminando con el par tragando el fuego de cada extremo del bastón y creando una X al escupirlo en dirección del otro. El público seguía aplaudiendo cuando la próxima actuación se hizo presente.

El segundo acto, si cabe, había levantado un diferente tipo de emoción en todos los presentes, llenando el lugar de nuevos aplausos llenos de tipo distinto de nostalgia. Nadie que hubiera estado vivo en 1970 hubiera sido jamás capaz de olvidar los innumerables letreros e incansable publicidad que el circo había realizado sobre su nuevo y reluciente show de motocicletas. Era un acto que había comenzado a ponerse de moda el año en que el trágico incendio había ocurrido y todos se preguntaban cuál sería la propuesta del Circo de las luciérnagas para adaptarlo a su reducido pero acogedor espacio. La respuesta, por supuesto, se exhibía ante ellos en este momento. Delante suyo, dos plataformas de madera pintadas de un reluciente rojo se colocaron a cada extremo de la pista mientras que un intrépido motociclista vestido al estilo steampunk con colores verdes y cafés se presentó con su motocicleta, saludando teatralmente al público que lo recibió con entusiasmo.

El acto era relativamente simple, pero la gracia y facilidad con la que el motociclista parecía realizarlo mantenía hipnotizados a los presentes. La motocicleta había arrancado a lo que daba la ilusión de ser toda velocidad, corriendo hacia una de las plataformas, pasando sobre ella, elevándose hacia arriba una respetable cantidad de centímetros, girando sobre sí misma y cayendo nuevamente para repetir el acto del lado contrario. Conforme el acto fue progresando, los actos fueron aumentando en temeridad, conduciendo en reversa, haciendo más de un giro en el aire o cayendo en reversa y girando mientras se aproximaba a la siguiente plataforma. Cada salto de la motocicleta hacía cimbrar la instalación y los pequeños tarros que servían de iluminación vibraban levemente en sus cuerdas. El aplauso que el hombre recibió fue aturdidor y la alegría podía notarse en su rostro mientras se despedía y daba paso al siguiente acto.

Se trataba, en este caso, de uno de los malabaristas que había actuado afuera de la carpa, efectuando un impresionante acto de malabarismo al ritmo de la música del par de tambores que lo acompañaban. Comenzó con 2 pelotas, luego con 4, luego con 7. Malabareaba sin dudar un segundo de sus movimientos, presentándose intenso y concentrado. Las pelotas pasaban por debajo de sus piernas, por atrás de su cabeza, él giraba sobre sí mismo. La gente estaba maravillada. Pronto, con un gesto, el hombre anunció que era momento de aumentar la intensidad, llamando a otro artista que hacia de su asistente que le llevo un set de 7 dagas idénticas. Con esta nueva adición, el hombre comenzó a repetir sus anteriores movimientos, trabajando solo con las empuñaduras de los objetos que brillaban con los reflectores. Esto, sin embargo, no fue permanente. Todo iba de acuerdo a lo debido cuando, en un giro especialmente largo, el cuchillo que el hombre había lanzado cayó mirando hacia el piso sin que este pareciera notarlo. Su mano se cerró alrededor de la filosa hoja del arma y el público profirió una exclamación de impacto al comprobar gotas carmesíes brotando de su mano mientras que él, aparentemente sin notarlo, seguía con el acto como si nada. Las dagas restantes pronto se tintaron de su sangre mientras el acto concluía, con el incidente repitiéndose en dos ocasiones más, aparentemente empeorando la condición del corte, pero no inmutando al actor en lo más mínimo. Finalizó su acto y, ante los confundidos aplausos del público, se alejó como si nada.

El ambiente, hasta el momento lleno de alegría y entusiasmo, se había vuelto pesado, cargado de la preocupación y admiración de todos los presentes, preguntándose si el incidente que acababan de presenciar significaría algún tipo de cancelación para el resto del espectáculo. Sin embargo, las luces no se encendieron. Las puertas no se abrieron y un par de payasos se presentó con una rutina cómica que falló en robarle la fuerte impresión con la que se habían quedado los espectadores.

Para el final de la rutina, sin embargo, el mal sentimiento parecía haberse disipado, convirtiendo lo que había sido un malestar general en una extendida admiración por el profesionalismo del intérprete.

Lo siguiente fue algo que muchos podrían haber llamado un acto de transición. Un grupo de tamborileros se presentó frente al público para presentar un ritmo fuerte y potente, generando fuertes vibraciones que sacudían levemente los asientos de los espectadores. El sonido penetraba el corazón y los ojos y oído de todos los presentes se encontraban cautivados por los hombres que se pasaban las baquetas y hasta los tambores mientras tocaban. Nadie podría haber notado, incluso si hubiera querido, como las leves vibraciones que cruzaban cada parte de la carpa aflojaban poco a poco la tapa mal colocada de uno de los tarros ni podría haber visto como este caía al piso cercano al borde la pista, rompiéndose en grandes trozos de vidrio que liberaron a los insectos aprisionados a manera de lámparas que comenzaron a revolotear por el lugar.

La actuación terminó y pronto todo el lugar se dispuso a lo que sería el acto principal. Un hombre vestido en un anticuado pero brillante leotardo se dispuso a subir a la plataforma del trapecio, sosteniendo uno de los trapecios con sus manos mientras saludaba al público. Los tambores de acompañamientos comenzaron a sonar mientras el hombre se balanceaba sobre las alturas. Se soltaba de un trapecio y se sostenía del siguiente. Se balanceaba, giraba en el aire, se sostenía con una mano, cambiaba de mano a mitad de balanceo. Se sostenía con las piernas y se balanceaba de cabeza. El público veía con una expectante tensión los movimientos del hombre que parecía burlarse de la gravedad.

Cuando algo impactante nos obliga a ser testigos de su veracidad, siempre pensamos que aquello que causará mayor impacto será la visión. Que ver algo terrible será el detonador de nuestro futuro trauma. Pero cuando el público vio como el hombre se giraba tan solo un instante, distraído por una luciérnaga que había chocado con su nariz, perdiendo el agarre del trapecio por meros segundos, nadie reaccionó. Ni sus mentes corrieron al desastre mientras lo vieron caer desde tal altura, intentando en vano sostenerse de un agarre invisible. Sin embargo, cuando su cuerpo golpeó el piso cubierto de arena, habiendo girado hacia atrás durante la caída, el sonido de su cuello y columna vertebral partiéndose como un tubo de luz, permitiendo a sus piernas golpear su espalda y sus pies tocar el piso alrededor de su cabeza sí penetró en la mente de todos los presentes que, reaccionando hasta ese momento, se levantaron aterrados de sus asientos, cubriendo los ojos a su hijos y apurándose a salir con tal de dejar de ver la terrible escena, dirigiéndose a las salidas de emergencia, bloqueando sus propios pasos.

El hechizo estaba roto y los demás artistas de la troupé reaccionaron como si de una obra de teatro macabra se tratase, respondiendo a la señal de sus respectivos papeles. El motociclista corrió hacia las salidas de emergencia, siendo bloqueado por el mar de gente que intentaba salir.

El hombre fuerte que estaba esperando su actuación después de su compañero se apresuró a correr en su inútil auxilio, no notando los vidrios rotos dejados por el tarro al caer, pisándolos con pies desnudos que completaban su disfraz de Tarzán. La sangre comenzó a brotar de su pie mientras, impulsado por el dolor, intentó sostenerse de la cuerda que sostenía otro tarro mientras caíaante la súbita pérdida de fuerza de su pierna. El resultado terminó por ser una sacudida demasiado fuerte para la pobre valla que se movió, cortándose además la cuerda que sujetaba el tarro, produciendo que, tras su caída, el hombre golpeara la vaya con fuerza, produciendo con el impacto suficiente fuerza para que el reflector que esta sostenía, provocándole quedar suspendido gracias al cable que comenzó a generar chispas al verse violentamente rasgado de su posición y privando al lugar de la iluminación de dicho foco.

En medio de la oscuridad, los miembros del circo corrieron a desatar los frascos que contenía las luciérnagas, dificultados por la falta de visión que tenían.

El público, aterrado por la visión, se había apresurado a salir de sus asientos, incluso pasando por encima de vecinos más desafortunados que había tropezado en la confusión o no habían alcanzado levantarse. Bloqueados por la poca iluminación, chocaron los unos con los otros y sacudieron todavía más la viga donde colgaba el de por sí dañado cable del reflecto, el cual se balanceó con pesadez hasta soltarse, terminando de rasgar ambos extremos del cable que lo sostenían y aplastando al hombre fuerte y uno de los visitantes que intentaba rebasar al resto. Más chispas saltaron mientras ambos cables, liberados de la tensión, dieron un leve giro al desenredarse, tocando la punta de la carpa que comenzó a prenderse en pequeñas llamas que se extendieron por el resto de la carpa.

El pánico se hizo presente en su más pura forma al presenciar la carpa en que se encontraban ardiendo en llamas y la urgencia por abrir las puertas aumentó, así como la dificultad por todo el movimiento.

Un miembro de la audiencia escaló los asientos, intentando romper la tela de la carpa sin ningún éxito más allá de atraer otro cuantos con la misma idea que comenzaron a amontonarse en su dirección para intentar romperla.

El fuego consumía a una velocidad inverosímil la tela de la que se alimentaba, cubriendo el lugar con humo y la terrible luz roja del fuego.

En medio del caos, el maestro de ceremonias se colocó en el centro de la pista, hablando hacia la multitud aterrada por lo sucedido

“Damas y caballeros. Espero hayan disfrutado de nuestro espectáculo. Esperamos que este sea el primero de muchos tras nuestro renacimiento. Esperamos también que nuestro benefactor haya disfrutado el show y se encuentre satisfecho con nosotros. Será un placer siempre para nosotros actuar para ustedes.” El segundo reflecto cayó detrás suyo mientras se quitaba su sombrero de copa, saludando hacia la desesperada audiencia. Su voz presentando una calma y una actitud que harían a cualquiera pensar que nada de lo sucedido era real a sus ojos.

“Que este nuevo comienzo sea el inicio de un glorioso renacer del Circo de las luciérnagas. Les agradecemos su presencia y les deseamos, muy buenas noches”

Mientras la despedida continuaba, el hombre, como convencido por una fuerza invisible, retrocedió hacia las llamas que comenzaban a tomar el piso de madera del lugar, permitiéndoles tomar su casaca y luego a él mismo. Su risa mientras abría sus brazos se vio interrumpida cuando la primera llama tocó su carne. Y así mirando su circo tomado por las llamas, se arrodilló, sabiéndose ganador del favor de sus nuevos inversores. Miró las llamas apoderarse de todo. Y gritó.

 

TRAGEDIA HISTÓRICA. TRAS 50 AÑOS DEL GRAN INCENDIO DEL CIRCO DE LAS LUCIÉRNAGAS, LA HISTORIA SE REPITE EN SU REAPERTURA. AL MENOS 15 MUERTOS Y 20 HERIDOS SIN CONTAR A LOS MIEMBROS DEL CIRCO QUE PARECEN HABER DESAPARECIDO

Alber Mondat cerró el periódico. Una sonrisa llena de ironía se dibujó en su rostro mientras se ponía su casaca roja y tomaba su megáfono para comenzar a caminar por las concurridas calles del pueblo

¡Vengan! ¡Acérquense a observar! ¡No se lo pueden perder! ¡El circo de las luciérnagas abre sus puertas una vez más! ¡Sólo esta semana! ¡No se lo pueden perder!

El evento era maravilloso y casi increíble. A pesar de las locuras que decía el periódico de esa mañana. El gran día había llegado. El circo de las luciérnagas, tras 50 años de inactividad, por fin reabría sus puertas.

Spooky Writober Día 2. Cursed Carnival

domingo, 2 de octubre de 2022

Spooky Writober 1: No dañe las plantas


El jardín “Magia de la vida” del matrimonio Jackson era una de las atracciones turísticas más renombradas de todo el pueblo de Faustu`s Choice.

Un informe había reportado que, aproximadamente, un 60% del turismo que recibía el pueblo de apenas 400 habitantes se debía justamente a turistas de todos lados del país decidiendo que sus vacaciones pequeñas o exuberantes merecían una parada para revisar la sinceramente impresionante colección de plantas que el viejo matrimonio poseía.

Cuando uno visitaba el lugar, a primera vista podía parecer que lo más destacable del lugar era simplemente el remarcable tamaño de la propiedad. Una vez uno atravesaba las puertas de la diversamente premiada atracción, lo primero que podía notarse era los muchos kilómetros por los que la impresionantemente diversa colección de plantas se extendía. El ojo observador o, mejor expresado, la mente aguda, podría darse rápidamente cuenta de que, de alguna forma, esta extensión no era la misma que podía notarse desde afuera, sino que, una vez en su interior, el camino parecía añadirse y generarse artificialmente conforme uno iba avanzando.

No obstante, tras pasar un tiempo allí, y con una intensidad que variaba dependiendo de lo perspicaz que fuera cada visitante, el mayor y más sutil atractivo del jardín se dejaba notar y se revelaba como si fuera una juguetona hada que invitara a los visitantes a jugar. Nadie parecía saber explicarlo, pero todos estaban de acuerdo: Las plantas del jardín estaban peculiarmente vivas. Si uno preguntaba, nadie habría podido saber si esto se debía a un brillo especial en las hojas de cada espécimen expuesto o si tan solo se refería a un encanto especial encontrado en el indescifrable patrón en el que cada una estaba plantada, pero todo, desde el montón más común de pasto hasta el arbusto más finamente podado, parecía derramar una vida peculiar que nunca nadie había visto en ningún otro ramo de lavandas.

Las reglas para acceder al jardín “Magia de la vida” era simples y extremadamente sencillas de seguir.

Primero que nada, todos los visitantes eran libres de tomar cuantas fotografía y videos desearan. Podían introducirse alimentos y bebidas al complejo, todos eran libres de salir en el momento que desearan y, sobre todo y lo más importante, era completamente libre de cargo.

Por supuesto, una vez uno salía del jardín, la tienda de regalos disponible en el local aledaño, también propiedad del matrimonio Jackson, presentaba a cada turista una sonrisa hecha de puertas abiertas como un imponente oasis hecho de madera con un hermoso letrero que, adicionalmente de anunciar su propósito, expresaba con claridad su verdadero mensaje: “Compren todo lo que deseen”.

En el interior del local, podía encontrarse una variedad de artículos, mayormente relacionados a la jardinería, que iban desde bolsas de semillas hasta unos extrañamente populares muñecos tejidos representando pequeñas personas – planta de aspecto fantástico como zanahorias con sonrientes rostros o mandrágoras que aprovechaban sus ya humanas apariencias para crear una amalgama perfecta que atraía a la mayoría de los niños y vaciaba la mayoría de los bolsillos.

Sin embargo, todas estas peculiaridades se encontraban encapsuladas en una sola prohibición que hacía de ojos vigilantes para todos los visitantes que deseaban pasar unas horas entre la bella naturaleza. Una norma tan simple que era imposible de incumplir por accidente y tan sencillamente expuesta que era inaudito siquiera pensar que podía malentenderse de ningún modo.

Expuesto en un letrero clavado en el arco de madera que marcaba la entrada al recinto, descansaba con una apariencia constantemente renovada la advertencia: NO DAÑE LAS PLANTAS. CUALQUIER INFRACCIÓN TENDRÁ CONSECUENCIAS.

Era una advertencia bastante sencilla. Bastante mundana, incluso esperable. Una buena parte de los ingresos por turismo de Faustu’s Choice provenía del jardín y su atractivo, obviamente, descansaba en el perfecto y pulcro estado en que estaban las plantas de su interior. Cualquier daño a estas significaba un enorme riesgo turístico y económico que nadie quería siquiera pensar en permitirse.

Era por esto que, en todos los 30 años que los Jackson llevaban exhibiendo su hermoso jardín al público, nadie nunca había roto la norma.

Era curioso en verdad. Uno esperaría que, en un acto de rebeldía, varios rostros conocidos por el pueblo a lo largo de la historia se hubieran encontrado responsables de al menos una pequeña infracción. Una hoja arrancada. Una flor cortada. Un arbusto pisoteado.

Pero en realidad, esto nunca había sucedido o, al menos, nadie era capaz de decir sin ser culpables de cometer falacia, que conocieran a alguien que alguna vez hubiera sido víctima de las consecuencias mencionadas por el letrero pintado en grandes letras rojas a la entrada de la atracción.

Para William, sin embargo, esto nunca tuvo mucho sentido.

Durante sus 16 años de vida, siempre había encontrado absurda la fascinación que todos parecían compartir por el dichoso jardín. Las plantas nunca habían sido lo suyo y, las pocas veces que se había acercado en un acto de curiosidad a las instalaciones, solo había visto gente de diversas edades idiotizadas por un honestamente aburrido recorrido rodeado de hierbajos en el que nadie duraba más de una hora antes de salir con una estúpida sonrisa en su rostro (William sospechaba que nacidas de la educación) para comprar semillas y muñecos feos.

No entendía como era que un simple jardín podía reunir filas que duraban horas, llenos de personas esperando su oportunidad para entrar en el lugar, cautivos de una emoción que solo podía adjudicar al hecho de encontrar una agradable atracción sin costo en un viaje en carretera que se habría alargado suficiente para que nadie lo disfrutara.

Y aún así, William siempre había tenido presente lo amenazante eficaz que era la advertencia del lugar. Al igual que el resto, nunca había sido testigo o escuchado de nadie que hubiera roto la simple regla. No entendía por qué. El lugar era suficientemente grande para no poderse vigilar desde afuera por completo y era imposible que los Jackson pudieran detectar con el menor grado de precisión ningún daño causado a las plantas. No había forma en que nadie hubiera nunca dañado ninguna planta y, sin embargo, los Jackson jamás habían dado señales de encontrar nada extraño en ellas en sus revisiones diarias más allá de los periódicos anuncios de nuevas adiciones.

Otros detalles que Will no soportaba. Cada cierta cantidad de meses, los Jackson avisaban que habían añadido a su colección un nuevo espécimen de planta que nadie nunca los veía traer o cargar. Will sospechaba que era un simple truco publicitario para atraer turistas cada cierto tiempo cuando sentían que el negocio sufriría dificultades. Era todo demasiado extraño.

Ese 3 de agosto, William estaba decidido. Tomó antes de salir de casa una cámara, un bate de beisbol y un mechero y salió a la escuela. Al terminar sus clases, informó a Tommy, su mejor amigo, que no se le uniría para su tradicional torneo casero de Mortal Kombat de cada viernes. A pesar de las quejas que recibió del muchacho, William no admitió la razón y se excuso con un inventado castigo que había recibido de sus padres gracias a su última obra de arte en la pared de la biblioteca, realizada tras decidir que el morado fosforescente seguramente resaltaría los ojos amarillos neón de la estatua de león del exterior.

Habiéndose librado con esta ridícula excusa de cualquier otra obligación, William pudo concentrarse en su verdadero interés del día.

Mientras caminaba por el terroso camino que se dirigía a la propiedad de los Jackson, repasó su plan cuidadosamente creado en la eternidad de 3 días. Entraría normalmente al jardín, actuando como un estudiante desesperado por una buena nota en su tarea de biología, entraría lo más profundo posible dentro del jardín, fotografiando todo en su camino para tener una correcta documentación de todo cuanto viera y, cuando estuviera en un punto muerto, destrozaría cuanta planta tuviera el infortunio de estar en su camino y esperaría pacientemente a que las universalmente temidas consecuencias llegaran. Era perfecto. Había estudiado todos los movimientos necesarios para lograr ejecutarlo a la perfección. Ni un detalle se le había escapado.

Fue por esto, obviamente, que al llegar se encontró sorprendido por no encontrar un alma en los alrededores de la propiedad.

La puerta de la tienda de regalos estaba abierta y en tan buen estado como el día anterior. Pero nadie estaba comprando en ella. La kilométrica fila para el acceso, siempre rebosante de gente, se encontraba solitaria y abandonada.

William casi pensó en retirarse. Tal vez, pensó, era demasiado temprano y los turistas no habían llegado aún. Pero esto no explicaba porqué todo lucía abierto. Aquí sucedía algo.

Lleno de un diferente tipo de motivación, William tomó con fuerza su cámara y se decidió a seguir con su plan.

Sus pasos pisaron el pasto fresco con la seguridad que solo puede inspirar el más profundo temor y, en menos de lo que pudo arrepentirse, estaba dentro del jardín por completo.

Ante sus ojos, apenas levantó la vista, notó como, aparentemente, miles y miles de kilómetros se extendían ante él, presentándose como un tesoro inexplorado o una cueva en esas películas de aventureros que su papá veía a veces.

Era como si existiera un imperceptible corte entre la ruralidad del resto del pueblo y una sobrenatural naturaleza creada por el jardín que, como William pudo notar, te animaba inmediatamente a adentrarte más una vez lo habías visto.

William tomó con ambas manos su cámara y se decidió a caminar. Sus pasos cada vez más seguros mientras que sus ojos observaban cada esquina. Era como si esperara ser atacado en cualquier momento por algún extraño animal salvaje desconocido por la humanidad. Pero esto nunca pasó. Solo encontró una bellísima exposición botánica que se presentaba como recién adornada para él.

Mientras sus pasos lo introducían más y más, su mirada se encontraba con matas de lavanda tan profundas que era imposible saber de qué raíz provenían cuales flores. Arbustos de ruda que se movían con un imperceptible y casi exclusivo viento que mantenía su aroma en una presencia constante y notoria. Matorrales de rosas tan rojas que William recordó aquellas pintadas por Alicia junto a un grupo de cartas parlantes. Hibiscos brillantes y hermosos. Girasoles tan altos como el que giraban simultáneamente al sol. Todo lucía tan vibrante y vivo, como si fuera a girarse para hablar con él. Como si el tenue silbido del viento se tratara en realidad de dulces murmullos provenientes de las flores que lo rodeaban.

William no sabía cuánto había caminado cuando se encontró a sí mismo mirando con curiosidad un arbusto que había encontrado. Su combinación de forma y color no parecían corresponder a nada y esto lo intrigaba. Fue tras un par de minutos que notó que se encontraba admirando un arbusto de lavanda. Pero no cualquier tipo de lavanda. Sino que sus flores, extensas y numerosas, se alzaban vanidosas demostrando un hermoso color azul celeste. Como recién pintadas. William no podía creer lo que miraba y fue rápido a tomar una fotografía. Caminó otro tramo y descubrió maravillado un grupo de margaritas con pétalos tan verdes como el pasto en que estaban plantadas. Luego vio rosas tan amarillas como los girasoles de hacía unos pasos y girasoles tan púrpuras como las uvas que crecían en las vides que se exhibían a unos pasos más allá. Miles y miles de flores se extendían a su alrededor, con colores salidos de una pintura surrealista o un viaje especialmente fuerte de algún alucinógeno y tan vivos como si fueran una acuarela nueva y generosamente aplicada.

William olvidó momentáneamente la existencia de su cámara y, soltándola, corrió como un niño, buscando descubrir todo lo posible las maravillas que encontraría en aquel jardín.

Corrió a través de fruteros enanos, arbustos del tamaño de árboles y flores con colores cada vez más imposibles hasta que llegó a una sección que lo fascinó.

Ante su mirada, una serie de arbustos verdes como la primavera se extendía, podados representando obras célebres del arte de la escultura. Estaban el Libre pensador, y las estatuas romanas de personajes tan celebres. Arbustos que presentaban a Julio César, a Cleopatra, a Miguel Ángel, todos con un nivel de detalle imposible para haber sido creados a base de hojas y ramas.

Poco a poco, sin embargo, las figuras comenzaron a volverse más y más extrañas.

Grupos de personas en poses bizarras. Mirando sus manos con asombro, intentando alcanzar algo en los cielos, abrazados entre sí…

Tras explorar, William se encontró un arbusto especialmente feo.

En todo su espléndido realismo, la estatua representaba a un hombre vistiendo una representación de una cazadora y jeans, las hojas mostrando incluso su barba cerrada, su rostro en medio de un terriblemente realista grito de terror mientras sus manos se aproximaban una a su rostro, detenida a mitad de camino a la altura de su cuello, la otra extendida lejos de él, como intentando con desesperación alcanzar algo. Se veía como asfixiándose.

Tal vez fuera el realismo del ser que tenía delante o tal vez el terror que le inspiró la forma en que habían elegido presentarlo, pero ver a este hombre de hojas despertó algo en la mente de William y, de pronto, recordó su misión.

Con disgusto en su rostro, abrió su mochila, sacando de esta su mechero. El viento comenzó a soplar con más intensidad al sacar el objeto y comenzó a volverse tan agresivo que casi logró derribar sobre su espalda al chico mientras encendía la flama, acercándola al rostro de hojas del hombre.

No pasó mucho antes de que el fuego atrapara las primeras hojas y ramas del hombre. Poco a poco, el olor a hojas quemadas comenzó a hacerse presente mientras el infernal calor consumía el cuerpo del hombre arbusto. El viento aulló con fuerza, atravesando las ramas de la siniestra representación como si el fuego de verdad quemara a aquella persona capturada en la imagen del arbusto.

A William le faltaba el aire. El humo comenzaba a levantarse mientras las llamas consumían a la horrible figura, con el viento soplando entre su pecho como un alma en el río de fuego del infierno de Dante. Sus oídos zumbaron mientras presenciaba la escena. Mientras miraba al hombre quemarse hasta las cenizas. Casi podía jurar que veía las ramas agitarse con desesperación, intentando alcanzarlo, intentando apagarse, intentando huir del tortuoso destino al que le había condenado mientras el viento hacía de voz, simulando un grito agónico de un ser que sabe que va a morir. El humo se volvió más negro y pronto el viento se volvió imposible de combatir. William se tiró de rodillas al suelo, cubriendo sus oídos con sus manos para salvarse de los terribles alaridos que sus oídos interpretaban de escuchar los aullidos del poderoso vendaval que se había visto liberado por sus acciones.

Y de pronto, todo terminó. El humo se apagó tan rápido como había empezado y el infernal fuego se ahogó con él, mostrando solo ramas chamuscadas detrás.

Por un segundo, hasta el viento paró. Todo sonido se detuvo y las plantas dejaron de moverse.

Will, miró a su alrededor, agitado como si hubiera presenciado ante sus propios ojos la ejecución de un verdadero ser humano. Como si hubiera rociado en gasolina a un hombre y le hubiera prendido fuego.

Y de pronto, el viento comenzó de nuevo su murmullo. Pero esta vez no fue suave y tenue como antes. El aire pacífico del lugar era historia, aparentando ahora susurros acusadores y condenadores provenientes de la vida que rodeaba su asesinato.

Un vendaval sopló y se detuvo, metiendo una basura en el ojo de William. Intentó rascarse, pero sintió un ardor en su ojo en cuanto su dedo lo tocó. Temiendo tener una astilla, reviso su mano. Su terror se volvió inmediato al notar su dedo pulgar reemplazado por una rama de la misma longitud que rápidamente infectaba el resto de su mano y se cubría de pequeñas hojas

El sobresalto que sintió su corazón lo hizo extrañarse de no encontrarse corriendo en ese momento, pero notó que no podía. Sus rodillas se encontraban sordas a las ordenes de su cerebro y pronto pudo sentir el bulto que estas creaban bajo su pantalón, como si tuviera una gruesa capa de lana debajo de ellos. En un nuevo intento por correr, cayó en su lugar al piso boca abajo, comenzando dolorosamente a arrastrase, intentando encontrar su mochila.

Poco a poco, la tarea se dificultó al sentir sus ojos llenarse de lagrimas y su garganta llenarse de un material afilado y con la textura de la madera. Intentó toser, pero solo lograba jadear por aire. Podía sentir cómo se ahogaba mientras el viento a su alrededor, inútil a su respiración, se volvía un susurro de miles de voces en sus oídos. ASESINO. NO DAÑE LA PLANTAS. ASESINO.

Intentó abrir su camisa con las ramas que ahora eran sus manos, pero encontró debajo más ramas con hojas verdes frescas saliendo disparadas de donde debía estar su abdomen y su estómago.

ASESINO

Intentó gritar, pero solo pudo ahogarse aún más.

ASESINO

Mientras la piel de su rostro comenzaba a abrirse dolorosamente, convirtiéndose en las picas ramas de un arbusto, William pudo ver a la señora Jackson caminando hacia él con una sonrisa en su rostro.

ASESINO

Miles de pequeñas astillas abrieron sus ojos y después, todo se volvió negro.

 

Cuando las puertas del jardín se abrieron la próxima semana, “Magia de la vida” presentaba una nueva adquisición. Tommy y la agradable pareja a la que a veces visitaba fueron a ver la nueva exhibición. Si bien todos pensaban que era un poco siniestra, la nueva presentación era impresionante.

En el suelo de la exhibición, un arbusto podado en la forma de un chico de aproximadamente 16 años sujetaba con fuerza su pecho cubierto con una camisa abierta mientras miraba hacia enfrente con sorpresa en sus ojos hechos de diminutas hojas. Delante suyo, clavada en la tierra con un poste de acero, se encontraba un letrero pintado en letras rojas

NO DAÑE LAS PLANTAS. CUALQUIER INFRACCIÓN TENDRÁ CONSECUENCIAS

 

Spooky Writober día 1: Jardín embrujado.


Spooky Writober 4: Pumpkin Patch Express

  Déjame en paz. Por favor déjame en paz Sus pasos resonaban acelerados por las solitarias calles de la ciudad. A esta hora, l...