lunes, 29 de agosto de 2022

Refugio de nuestra humanidad

Existen, en el extraño y caótico almacén de emociones humanas, una específica lista de éstas que preferimos evitar. Que preferimos ignorar por completo.

Existe una serie de sentimientos que generan en nosotros respuestas precipitadas propias y nacidas de más profundo rechazo con apenas la mera mención de aquellos nombres que hemos asignado a ellos en un desesperado intento de convencernos de su entendimiento. De permitirnos pensar que mantenemos el control de algo tan incontrolable, tan caótico e impredecible, tan insensato e inflexible como nosotros mismos; como la naturaleza de la que fingimos no formar parte, pero con la que justificamos nuestras peores transgresiones.

Arrepentimiento, culpa, frustración, decepción, enojo.

Son estas, entre muchas otras, las emociones que, en nuestra necia afirmación de autoconocimiento, hemos etiquetado como negativas.

Ira, celos, tristeza, envidia.

Emociones que tememos al demostrar al mundo nuestro verdadero ser. Al romper la máscara que tan cuidadosamente colocamos en nuestros rostros para escondes cual vergonzoso secreto nuestra autenticidad. Mantener nuestra hipócrita fachada.

Pues es nuestra humanidad la que nos deshumaniza.

En ningún momento nos encontramos más alejados de nuestra identidad que al pretender controlarla. Al pretender decidir cuáles características de la misma existen y cuales no, fingiendo que somo objetos de nuestra propia conveniencia, ajustándonos a estándares que no nos representan, impuestos por entidades que ni siquiera forman parte de nuestro modo de vida, viviendo la mentira de que deseamos lo que se espera de nuestra parte.

Somos prisioneros del desconocimiento. De diversos tipos, pero esencialmente del propio. Vivimos conscientes de las aflicciones causadas por las cadenas que resultan las expectativas a las que estamos sujetos sin comprender que éstas nos aprisionan porque no conocemos mayor libertad.

Ansiamos control, sí, pero no es esta una mera ansia vana nacidas del orgullo y la soberbia de nosotros, seres que nos llamamos humanos mientras rechazamos las implicaciones inherentes de dicha categoría.

No, En realidad ésta ansiosa necesidad tiene sus raíces plantadas en un fértil terreno, campo de cultivo de nuestros peores errores y más deplorables decisiones. Una versátil semilla de la que germinan nuestros mayores rechazos y más infundados prejuicios. El titiritero detrás de nuestros episodios más oscuros.

Nuestro miedo.

Estamos asustado. De todo y nada realmente. Desde el momento en que nuestros ancestros obtuvieron la maldición de la autoconciencia.

Desde que los primeros representantes de nuestra especie notaron que estaban vivos nació en ellos una terrible ansiedad para mantenerse así.

Tenemos todo lo que nos amenaza y nos amenaza aquello que no comprendemos y huimos de una realidad que crece terrible sobre nuestra existencia.

No nos comprendemos a nosotros mismos.

Comprendemos las consecuencias más no las causas.

Nos vemos atorados en un punto desconectado del que solo nos saca nuestra cruel imaginación que especula y teoriza y piensa, pero nunca sabe.

Preferimos cerrarnos en anhelos que no tenemos que afrontar el horrible vacío de nuestras necesidades más profundas. Huimos de aquellos impulsos y aquellas respuestas que más obligan al salir del camino pavimentado por aquellos anteriores a nosotros y preguntarnos si el destino al que conduce es el que esperamos conocer o si acaso nos conducimos a un tipo especial de prisión. Si aquel pilar de conocimiento inculcado en nuestro ser por nuestros semejantes mientras infantilmente juega a la superioridad puede acaso tener fallas. Si acaso debemos reconstruir los fundamentos sobre los que edificamos nuestra breve presencia en este plano.

En nuestro anhelo de libertad nuestra más profunda prisión. Nuestro deseo de un estándar de humanidad nuestro más inhumano acto en nuestra contra. Nuestra búsqueda de huir del sufrimiento la causa nuestros mayores tormentos.

Pues sabemos y nos negamos a aceptar.

Miramos y nos negamos a observar.

Pues nada puede controlarse si no se entiende.

Y nada de lo que se huya puede llegar a comprenderse jamás. 

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